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Debate: Me declaro ecosistémica

by Camila Montecinos | 20 Oct 2002

Camila Montecinos *

* Investigadora de Grain. Esta es una versión ligeramente modificada de un artículo ya publicado en Seedling en julio de 2002. Los cambios fueron motivados por los comentarios de diversas personas. La esperanza de quien escribe es que despierte aún más comentarios.


El 11 de septiembre de 1973 los chilenos despertamos en medio de un golpe militar. Con él se inició un período marcado por la muerte del que los chilenos aún no nos recuperamos. Murieron nuestros avances democráticos y de justicia social que, a pesar de todas sus limitaciones y debilidades, permitía que una parte muy importante de los chilenos mirase el futuro con esperanza. Murió mucho de nuestra capacidad artística e intelectual. Murió el poeta Pablo Neruda, producto de un cáncer acelerado por la tristeza. Murieron más de 3000 compatriotas directamente asesinados en la tortura, los ajusticiamientos y los falsos enfrentamientos

Desde ese 11 de septiembre, Chile ha sido reconocido como pionero en la aplicación descamada de este capitalismo salvaje que nos va rodeando y parece encarcelamos. Pero también parece haber sido pionero en la inauguración de una era de muertes concretas y simbólicas que desde entonces plagan al mundo entero.

A partir de algún momento de la década del 70, las autoridades políticas, las autoridades militares y, desafortunadamente, algunas autoridades académicas e intelectuales, nos fueron informando de una serie de muertes súbitas de la más variada especie. Primero se nos dijo que había muerto la lucha de clases. Después se publicó la noticia de la muerte de las ideologías. Rápidamente después murieron el sindicalismo, las revoluciones y el Estado de bienestar. Más adelante le tocó morir a la historia y, fatalmente, le llegó su hora a las utopías. Según algunos, ya murieron también las economías locales y nacionales. Se supone que actualmente estamos a la espera de la muerte de los estados-nación.

Algo misteriosamente contagioso debió causar estas muertes, porque, a pesar de grandes anuncios en contrario, en forma paralela se nos murieron una serie de referentes sociales que considerábamos fundamentales, tales como los derechos económicos y sociales (salud, educación alimentación, trabajo digno y seguro), la ética de la solidaridad, los ámbitos públicos, y el control social de la usura. No es que muchos de ellos hayan sido muy fuertes en realidad y quizás eso explique su gran sensibilidad a la epidemia. Pero luego fueron muriendo piezas aún más fundamentales, como la sacralidad de la vida, la circulación del conocimiento, el derecho al disenso.

La agricultura, la biodiversidad y el mundo rural no han logrado escaparse de esta epidemia, sólo que aquí las muertes comienzan a ser también dolorosamente materiales. Miles de familias campesinas desaparecen cada año; otros tantos sistemas de producción, variedades vegetales, razas animales y especies de uso local hacen lo mismo; una cantidad incalculable de recursos biológicos se destruyen en el mismo lapso. Lo espiritual e inmaterial no corre mejor suerte: los sistemas de conocimiento local y tradicional están bajo el fuego cruzado de los ataques privatizadores y las obsesiones modernizantes, los derechos territoriales son prisioneros de la soberanía nacional y rehenes de diversas formas de prospección, muchas culturas y religiones luchan con fuerza para no ser reducidas a las salas de embalsamamiento de los museos.

Es en este contexto de aparente muerte en el que nos toca vivir y actuar. Cambios profundos se han visto en los últimos treinta años, y muy acelerados en los últimos diez. Tanto, que el centro de las luchas y esfuerzos sociales ha pasado a ser mayoritariamente el luchar y trabajar en contra de, mientras que el necesario complemento que le da sentido, el luchar y trabajar por, se ha ido desdibujando o definitivamente desapareciendo. Ya no pareciéramos centramos en construir un futuro, sino en resistir para que el futuro que nos espera no sea lo peor. Lo triste y paradójico es que sin lugar a dudas son cada vez más los que disienten y no desean sumarse a la promesas vanas del capital global. ¿Qué pasa entonces que ninguna iniciativa de resistencia o de construcción parece llegar a feliz término?

Edgardo Morin propone encauzar la acción dentro de lo que él denomina la "ecología de la acción". "Aquí interviene la noción de la ecología de la acción. En el momento en que un individuo emprende una acción, cualesquiera que fuere, ésta comienza a escapar de sus intenciones. Esa acción entra en un universo de interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesión, en un sentido que puede volverse contrario a la intención inicial ".

La metáfora que aquí se expresa es extremadamente poderosa. ¿Dentro de qué sistema estamos dejando "escapar" nuestras acciones? La respuesta pareciera ser un profundo llamado a la cautela frente a lo que estamos haciendo. Después de 20 años de privatización rampante, de pérdida de derechos, de grandes fracasos en nuestros intentos de inyectar algo de ética y responsabilidad social al rumbo que están tomando nuestras sociedades, el no mirar exactamente con qué nos enfrentamos y el no adoptar una cautela creciente es, realmente, una arrogancia peligrosa.

Somos parte de un ecosistema en el que se espera que conformemos un monocultivo: homogéneos, disciplinados, previsibles y fácilmente explotables. Estemos en un ambiente donde las dinámicas básicas que han sido impuestas son la expropiación, privatización y concentración de todo recurso y fuente de riqueza o bienestar, donde lo único que se socializa en forma sistemática son los costos sociales y ambientales y donde el status quo se intentará mantener al costo que sea. No debiera sorprendemos, por lo tanto, el que la mayor parte de los grandes esfuerzos que hemos hecho en las últimas décadas han sido absorbidos, digeridos, reciclados y nuevamente escupidos al medio como parte funcional o coayudante de las tendencias sistémicas, especialmente la expropiadora/privatizadora. El ejemplo más reciente es el de los Derechos del Agricultor como parte del Tratado sobre Recursos Fitogenéticos de la FAO: todo contenido desafiante fue neutralizado, se redujo a los agricultores a meros productores de semillas y se abrió la posibilidad -al menos teórica- que campesinos deban pagar algo que puede interpretarse como una multa o una forma de royalty deciden poner condiciones al acceso a las semillas que ellos manejan. El artículo 8j del Convenio de Biodiversidad acumula deformaciones similares. Aunque los conceptos allí expresados han servido como argumento importante en contra de algunas iniciativas de bioprospección, han servido también significativamente para legitimar la bioprospección, ordenar la expropiación de recursos locales y causar profundas tensiones -y divisiones- al interior de comunidades campesinas y pueblos indígenas. Estos son sólo dos ejemplos en un mar de ellos. Y es ese mar de ejemplos de reversión del significado de los esfuerzos hechos el que nos indica que ya no podemos refugiamos en las intenciones. Queramos o no, nos vemos en la necesidad de mirar fríamente los resultados logrados, y buscar los procesos que nos permitan impactos reales una vez que nuestras acciones se nos "escapen" a este medio devorador.

La metáfora de Morin parece contener en forma implícita cuatro "corolarios" que nos pueden servir en este esfuerzo. El primero es que no podemos continuar inyectando nuestras acciones -que el mismo sistema ha definido como necesarias- en procesos para su funcionamiento. Es hora, por ejemplo, que veamos las reuniones cumbres como lo que son: mecanismos que se saltan (y que buscan saltar) todos los cauces de representatividad política ciudadana y gobernabilidad, que centralizan decisiones en manos de delegados que no responden a forma alguna de control social (sino exclusivamente a sus respectivos poderes ejecutivos), y en donde la presencia de unos pocos miembros de la sociedad civil sirve principalmente para darle un barniz de legitimidad a procesos que son básicamente no democráticos. Más aún, una parte importante de los cauces oficiales de participación de miembros de la sociedad civil ha servido para identificar, distraer, neutralizar y/o contrarrestar las fuentes de disenso. En otras palabras, es hora que "la participación" sea, al igual que lo fue "la tecnología" tiempo atrás, desnudada de su disfraz de neutralidad y se entienda como lo que es: un proceso político que responde en cada caso a las realidades y objetivos políticos de quienes lo diseñan e impulsan.

Los encuentros de Porto Alegre son claramente un intento en contrario. Allí vimos distintas expresiones de movimientos sociales definiendo objetivos, temas en discusión, planes de acción. Fueron un viento fresco, creativo y esperanzador en un paisaje social que parecía no ofrecer alternativa. Pero Porto Alegre entrega más invitaciones que respuestas. Queramos o no, sigue siendo una cumbre, y sólo podrá cumplir su papel catalizador si lo que allí se discuta, construya o comparta refleje procesos desde la base, a nivel local. Una cumbre social no puede ser motor del cambio, sólo puede ser el reflejo de una acción social múltiple, descentralizada e insubordinada. Lo más estimulante de Porto Alegre es haber sido una señal clara de la búsqueda de nuevos cauces y alternativas. Lo más esperanzador, sin embargo, es que esta búsqueda es múltiple. Lo más urgente, es que se refuerce también a nivel local y regional.

Un segundo corolario es que necesitamos concentramos en aquellos procesos que puedan alterar la fisiología del sistema. Los objetivos de desconcentración, descentralización, control social de los procesos económicos y sociales, y la expansión de los espacios públicos y colectivos son elementos centrales de los rumbos que buscamos. No dejan de ser desafíos inmensos. La concentración que hoy vemos alrededor no es sólo de riquezas y flujos comerciales, es de prácticamente todas las formas de poder que determinan los procesos de toma de decisiones, de manejo de recursos, de construcción de los territorios, de creación y socialización de conocimientos, de diseños tecnológicos. A la imprescindible desconcentración económica hay que sumarle, por ejemplo, el apoyo a procesos de pluralismo epistemológico y multiculturalidad (no sólo interculturalidad), lo que va muchísimo más allá de los procesos "participativos" en la educación o investigación. Estamos hablando de control local de los recursos, lo que implica procesos tecnológicos, productivos y normativos distintos.

Sin lugar a dudas, esfuerzos para lograr lo anterior ya están en marcha. Son cientos las comunidades campesinas e indígenas que hoy trabajan sistemáticamente en reactivar procesos propios de creación de conocimientos, de manejo de los territorios, de conservación y desarrollo de la biodiversidad. Nuevas formas de experimentación colectiva, el control local de la producción, y mantención y flujo de semillas agrícolas son quizás los procesos que se han activado (o visibilizado) en forma más rápida y extensa. Lo que hace diez años era visto como "absurdo" o "demagógico", hoy cuenta con cientos de ejemplos exitosos.

La multiplicación de procesos similares y la conformación, o recuperación, de los marcos políticos, sociales y epistemológicos que refuercen estos y otros procesos de autonomía y control social local son parte de la tarea que aún queda por hacer. Por ser parte de una sociedad en que los derechos se han visto reducidos a una definición cada vez más estrecha y circunscrita al derecho individual a expropiar, apropiarse y explotar, la construcción y re-construcción de otras visiones del derecho es quizás una de las tareas más urgentes. No podemos seguir discutiendo si la alternativa es el reparto de beneficios, los derechos sui generis o una interrupción defensiva de todo flujo de recursos y conocimiento, porque ello sólo nos suma al marco privatizador y concentrador. Somos parte de una humanidad cuya historia muestra que los procesos de convivencia social armónica están asociados a la reciprocidad, a derechos y normas colectivas que no constituyen derechos de propiedad, sino que definen derechos de goce ligados a claras responsabilidades. Mejor aún, somos parte de una humanidad que a pesar del marco legal arrasador que hoy se impone a través de la Organización Mundial del Comercio, los Tratados de Libre Comercio y otros acuerdos internacionales, sigue percibiendo mayoritariamente que los derechos colectivos son fundamentales. Esa percepción debiera ser nuestra base para re-mirar el derecho y responder a la visión sesgada, unilateral y mutilante del neoliberalismo.

La construcción de fisiologías sistémicas distintas nos exige además comprender el funcionamiento de todo sistema social como un todo coherente. Ello nos recuerda una vez más que los problemas de la biodiversidad son los mismos que enfrentan las agriculturas campesinas, las economías locales, las culturas indígenas y rurales, los derechos humanos y sociales, la participación ciudadana efectiva, la autodeterminación de los pueblos y... podríamos seguir con una larga lista. La interconectividad de nuestras acciones y la integralidad de nuestros análisis se nos presenta entonces como una exigencia.

El tercer corolario de lo expresado por Morin es que nada de lo anterior será efectivo si la acción no es cotidiana, constante e involucra a sectores sociales cada vez más amplios. Hasta la más perturbadora de las acciones no tendrá impacto sobre un sistema si se produce como hecho aislado. Este ha sido un aprendizaje ya viejo, y la conformación formal e informal de las muchas redes de ONGs que hoy podemos ver es una muestra de ello. Pero hoy se necesita pasar de redes de ONGs a redes de movimientos sociales amplios y diversos. Avances en este sentido ya pueden verse nuevamente en las cumbres sociales de Porto Alegre, en el rechazo a los transgénicos en Brasil, en las campañas de Vía Campesina, en diversos movimientos indígenas. Pero aún estamos lejos de lo necesario, y tenemos por delante un aprendizaje nada fácil. ¿Cómo fomentar y hacerse parte de un movimiento social arraigado en la cotidianeidad? ¿Qué papel debemos jugar las ONGs a medida que vamos aprendiendo que no somos un movimiento social, ni representantes de uno, sino uno más de los muchos actores?

El cuarto corolario de lo de Morin es el de la generación de autopoiesis. Un sistema se estabiliza en el cambio cuando es capaz de generar cambios que refuerzan el cambio. No tendremos grandes cambios en el paisaje social y físico del que formamos parte si no logramos cambiar también el paisaje mental. Aquí tenemos nuevamente un aprendizaje ya viejo. Hemos tomado parte de muchos y buenos esfuerzos de educación, capacitación, toma de conciencia. Hoy nos vemos en la necesidad de agregarle la insubordinación y diversificación de la imaginación, apuntar a la creación de paisajes mentales que nos permitan albergar el repoblamiento del mundo con aquello que ha sido declarado muerto por decreto junto a aquello nuevo que necesariamente irá surgiendo. ¿Así que murieron las utopías? Pues construyamos algunas nuevas.

Pero lo más esperanzador de la mirada de Morin es el recordamos que en un ecosistema las especies no viven o mueren por decreto de las autoridades o veredicto de un especialista. En el monocultivo imperante, el mundo entero pasa a ser maleza o especie silvestre: aparentemente marginal, aparentemente inviable o inservible, aparentemente inexistente. Pero todo sigue allí, sobreviviendo, evolucionando, creando, en condiciones de repoblar y enriquecer al mundo cuando recreamos las condiciones, cuando somos capaces de indisciplinarnos, cuando aprendemos a ver lo que se niega, cuando junto a la necesaria reacción contestataria nos atrevemos también a convertimos en constructores sin pedir permisos ilegítimos.

Por todo lo anterior, me declaro, en el sentido de Morin, ecosistémica. Hasta que alguien encuentre un nombre mejor para el afán ingobernable de ejercer el derecho a construir una vida y no sólo pasarse la vida resistiendo al futuro.

Author: Camila Montecinos