BIODIVERSIDAD SUSTENTO Y CULTURAS
La diversidad biológica y cultural,
raíz de la vida rural* por Nelson Alvarez Febles Enero 2001* Este artículo ha sido publicado como introducción al segundo compendio editado por Biodiversidad en septiembre de 2000. |
Nuestro sustento está basado en la diversidad biológica que --junto con nosotros, los humanos-- conforma la vida de este planeta. Son los alimentos que comemos: cultivos, frutas, animales, peces, raíces y cortezas; las plantas medicinales que nos curan; los árboles y tantas otras plantas que nos aportan materiales para vestirnos, cobijarnos y cantidad de otros servicios; y los incontables microorganismos en la base de todas las cadenas de vida. Aún en la actualidad el 60% de la humanidad cultiva y recolecta para el autoconsumo, y un 80% utiliza plantas medicinales para el cuidado de su salud. Esa diversidad de vida que nos sustenta ha ido evolucionando --mejor, interÂevolucionando-con nosotros desde hace miles de años. Es a través del trabajo inteligente de mujeres y hombres que hemos llegado a tener variedades de los cultivos alimenticios y razas de animales domésticos adaptadas desde los desiertos hasta las fronteras árticas, desde el nivel del mar hasta más de 4000 metros de altura. En la medida que hemos adaptado variedades y razas se ha desarrollado agricultura en una inmensa gama de nichos ecológicos. Las distintas culturas desarrollaron metodologías para seleccionar y mejorar cultivos y razas, haciéndolas resistentes a las condiciones geográficas más diversas. También lograron incorporar a sus variedades resistencia a una enorme variedad de plagas y enfermedades. Desde el comienzo del asentamiento humano en núcleos más o menos estables --villas, pueblos y luego ciudades-- esa microÂadaptación agroecosistémica estuvo en la base del desarrollo social. Todo ser vivo de utilidad humana tiene un conocimiento que le hemos asociado. Perdemos adaptabilidad al medio cuando desaparece una especie o una raza a través de la extinción biológica. Pero también perdemos la utilidad de la diversidad biológica cuando se pierde el conocimiento a ella asociada, lo que llamamos erosión cultural. Erosión genética, pérdida de diversidad En la actualidad nos enfrentamos a enormes presiones que pretenden imponer la uniformidad en vez de la diversidad, uniformidad tanto biológica como cultural. Cuando perdemos especies se llama pérdida de biodiversidad. No se trata sólo de la pérdida más llamativa de ballenas, delfines y tigres, sino también de esos animales, plantas y árboles que tradicionalmente han aportado al sustento de nuestras comunidades. De forma menos visible vivimos una dramática erosión genética para la agricultura, la pérdida de la diversidad en la multiplicidad de características expresadas por los cultivos, árboles y animales que nos sustentan. Diversidad que nos ha protegido tradicionalmente de los avatares bióticos y abióticos, y que, de gran importancia hoy en día, ha permitido la existencia de la diversidad cultural y tecnológica característica de las comunidades rurales. La FAO calcula en un 75% la pérdida a nivel global de la diversidad en los cultivos durante el siglo que recién terminó. En el sur de Italia entre el 1950 y el 1980 desaparecieron casi todas las variedades tradicionales de trigo, lentejas, garbanzos, cebollas, tomates y berenjenas, y hasta un 71% de las variedades de trigo. En Korea del Sur la pérdida fue más dramática: de 5000 variedades de 57 especies de cultivos, se perdieron 82% solamente en ocho años (entre 1985 y 1993). Más cercano, en México únicamente se conservan 20% de las variedades de maíz identificadas en 1930. Mas allá de fantasías jurásicas, una vez que una variedad se extingue, es para siempre, y con ella se pierde la inteligencia humana aplicada a su desarrollo, adaptación y usos. La industrialización de la agricultura Tradicionalmente el ser humano ha considerado los elementos de la naturaleza como un don ante los cuales hay que tener una actitud de agradecimiento y reverencia. Según la cosmovisión de muchísimos pueblos originarios no existe escisión entre lo humano, el mundo natural, las plantas y los animales, formando todo un continuo en el cual nuestras necesidades son atendidas a la vez que nosotros tenemos que cuidar de los demás 'seres' que nos acompañan. En la medida que en algunas culturas prepotentes las relaciones sociales se vuelven más complejas y autoritarias, y surgen grupos sociales desvinculados del quehacer agrícola, se introduce un distanciamiento de la naturaleza que lleva al hombre a sustituir relaciones de complementariedad por otras de control o dominación. El pensamiento y las estructuras jerárquicas y excluyentes predominan en las relaciones económicas y políticas que los países dominantes imponen a través de una globalización homogeneizadora que aumenta la desigualdad, la pobreza y la devastación de los recursos del planeta. Con el afianzamiento de la racionalidad científica occidental se impuso en el siglo 19 la idea de que a la naturaleza había que someterla, modificarla a imagen y semejanza de un imaginario obsesionado con las jerarquías, la fragmentación y el materialismo. Esta manera de entender la agricultura facilitó la hegemonía de una producción agroindustrial basada en el uso abusivo y masivo de los abonos sintéticos, los agrotóxicos, los monocultivos, semillas híbridas de estrecha base genética, y la dependencia en la mecanización y el uso masivo del riego. En la actualidad mucho se lleva documentado sobre los problemas ambientales, de salud y sociales derivados de lo que partir de los años 60 se ha llamado la Revolución Verde, justificada por la necesidad de aumentar la producción de alimentos, en un mundo donde ha aumentado el número neto de hambrientos. La industrialización de la agricultura no ha podido vencer el hambre, a pesar de aumentos netos de productividad, porque:
El deterioro de los agroecosistemas y la salud son costos que la agroindustria no encara, sino que externaliza a la sociedad toda. Estos cambios han llevado también a la destrucción masiva de la vida rural en todo el mundo, la pérdida de la cultura del agro y su sustitución por la dependencia económica, tecnológica y cultural ante las transnacionales de la agricultura y la alimentación. Segunda 'revolución verde' Desde mediados de los años 1980 presenciamos tres procesos paralelos que han agudizado el distanciamiento de una agricultura bajo control de los agricultores y en sintonía con la naturaleza, proceso que ya se agudizó bajo la llamada Revolución Verde de los años sesenta y setenta.
Una de las premisas para consolidar el control ha sido la destrucción de la capacidad de autoabastecimiento de muchos países. De hecho, se pretende sustituir el concepto mismo de soberanía alimentaria por una supuesta seguridad alimentaria regida por los caprichos de la economía internacional de libre mercado. Ese 'libre mercado' está cada vez más bajo el control de un puñado de compañías gigantes libres del control democrático. La consolidación/ concentración de las empresas transnacionales ha ocurrido a dos niveles. En primer lugar las grandes empresas han comprado las empresas nacionales, y también las internacionales de menor tamaño. Además, se da una vigorosa integración de los sectores semilleros, agroquímicos y farmacéuticos, lo cual consolida el control.
Una de las estrategias base de las transnacionales para garantizar sus ingresos ha sido la utilización abusiva de los DPI, especialmente las patentes. Como las transnacionales se concentran cada vez mas en una reducida gama de productos agrícolas que requieren grandes inversiones, utilizan las patentes para garantizar sus ganancias. Eso ha sido así en el caso de la ingeniería genética, para la cual los elementos biológicos constituyen la materia prima. Así se ha logrado que muchos países, empezando por los Estados Unidos de Norteamérica, acepten el establecimiento de propiedad privada sobre los componentes básicos de la vida, y en algunos casos hasta de plantas y animales. A través de la firma del tratado sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (ADPIC, o mejor conocido como TRIPS, según siglas en inglés), obligatoria para todos los países integrantes de la OMC, de los derechos de los fitomejoradores promovidos por la Unión Internacional para la Protección de las Variedades Vegetales (UPOV, según siglas en inglés), y presiones de comercio bilaterales, muchos países se ven forzados, a veces en contra de tradiciones culturales ancestrales, a aceptar la privatización de la vida. Esto ha dado lugar a lo que llamamos la biopiratería moderna: si antes se llevaron las plantas y los árboles para los jardines botánicos, y más recientemente las semillas para los bancos de germoplasma bajo control del Nor te, hoy se patentan genes, microorganismos y componentes activos de la flora y fauna del Sur. La inmensa mayoría de las patentes están bajo el control del Norte, y las más significativas de las transnacionales. Se conocen, por ejemplo, patentes sobre la congorosa, planta de uso extenso en la Argentina. Un caso ilustrativo es la creación por parte de la compañía Monsanto de la soja resistente al herbicida con base en glifosato --el principal ingrediente del herbicida Round Up, su producto estrella-- justo cuando la patente del herbicida estaba por caducar.
La gran industria agroalimentaria y farmacéutica apuesta al control sobre los procesos biológicos --y la materia prima de la vida-- para producir cada vez una menor cantidad de productos homogéneos para el mercado global. Cuando las críticas ante la industrialización masiva de la agricultura, la contaminación por agrotóxicos y la destrucción de medio natural se ha hecho inevitable, se propone una nueva Revolución Verde, basada en los cultivos transgénicos. De nuevo se nos prometen soluciones mágicas para los problemas del hambre, la salud y medioambientales. Pero como dijo Alber t Einstein, nunca se puede solucionar un problema con la misma racionalidad que originó el problema. Con los cultivos transgénicos de reducen aún más la diversidad genética, las estrategias para el combate de plagas y enfermedades, la independencia de los productores y la capacidad de microÂadaptación agroecosistemática. Nos dirigimos a un mundo rural cada vez mas adaptado a la tecnología, cuando debería ser al revés. La consecuente pérdida de adaptabilidad puede, en un futuro no muy lejano, dar lugar a una pérdida neta en la capacidad de satisfacer las necesidades humanas. Nunca antes se había llevado a cabo una experimentación tan amplia a campo abierto y con la sociedad entera. Mientras se expande el cultivo y uso de los transgénicos, van llegando informes científicos que, por un lado, cuestionan la efectividad y rentabilidad agronómica de los mismos (ver tabla) y, por otro lado, confirman problemas en torno a la salud humana, animal y el medio natural.
Opciones biodiversas y sustentables Entendemos la necesidad del productor de tener un saldo positivo en sus cuentas al final del año, y por lo tanto muchas de las opciones que siguen necesitan respuestas no sólo a nivel del campo, sino de política pública. No se le puede seguir exigiendo al sector rural que subvencione al resto de la sociedad. A continuación apuntamos algunos elementos que pueden aportar a un mundo rural más productivo, estable y rentable.
En vez de nuevas revoluciones/rupturas, proponemos una evolución adaptada a las necesidades locales, que brinde bienes y ser vicios en forma equitativa y sustentable a un mundo cada vez más integrado. Una evolución agroecosistémica, biológica y cultural.
Nota: 1. Peter Rosset, Joseph Collins, Frances Moore Lapp, 'Lecciones de la revolución verde: ¿Tecnología nueva para acabar el hambre?", Revista del Sur, tema monográfico 'Agricultura sustentable: el verdadero milagro', núm. 105/106, julio/agosto 2000, Montevideo. http://www.revistadelsur.org.uy
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