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Editorial

by Biodiversidad | 8 Nov 2013

La foto de la portada muestra a un niño que va por las ramas de un árbol a la orilla de un río: el Usumacinta (el “mono aullador”). Aunque juega feliz, porque jugar arregla todo, por lo menos por ratos, él (como muchos más de su familia y amigos) espera cruzar e internarse en territorio mexicano para trepar lo más posible en su camino hacia el sueño del dinero como solución. Y vaya si el dinero resuelve cuando la gente se queda despojada de sus entornos y medios de subsistencia con los que aseguraba la vida en el cuidado y las certezas compartidas.

Pero las soluciones que propone el dinero nos alejan de las fuentes de nuestro ser común, nunca nos acercan. El dinero nos propone abandonar la tierra, el lugar donde nacimos. Nos propone dejar de sembrar nuestras semillas nativas, ancestrales que hemos custodiado e intercambiado en nuestros canales de confianza por tantos, tantos siglos. Nos propone que en lugar de cultivar la tierra o producir nuestros alimentos, busquemos algún empleo que nos permita contar con dinero para comprar comida, para tener fuerzas y buen sueño para volver a trabajar para tener dinero y así comprar comida, en una cuenta infinita que no nos deja sueltos nunca porque hay que comprar comida.

Tal vez una de las penas más grandes de los viejos de muchas comunidades es que sus jóvenes hayan dejado de creer que es posible remontar la vida sembrando, recolectando, cazando, teniendo animales de traspatio, pescando y pastoreando.

Es éste el agravio más grande que podemos invocar: hay una guerra contra la subsistencia de las comunidades y los pueblos, un empeño por impedir que la gente pueda resolver por sus propios medios su alimentación, la de su familia y su comunidad.

Pero en los hechos, todavía al mundo lo alimentan todos aquellos, todas aquellas que desde sus comunidades siguen empeñados y empeñadas en defender lo que podríamos llamar un ámbito de cuidados minuciosos, de responsabilidades detalladas, de sueños compartidos que se refuerzan produciendo nuestros propios alimentos y manteniendo las condiciones de tal producción lo más permanentes (hoy diríamos sustentables) como sea posible.

Sin ese entendimiento, todo parece cosificable, de la tierra a la semilla, incluso los saberes, que se vuelven mercancía al someterse a la validación y certificación que proponen la mayoría de los sistemas educativos oficiales.

Sin ese entendimiento, la gente no ubica la búsqueda de la autonomía de los pueblos, las luchas de resistencia contra los megaproyectos, la defensa de los territorios, del agua, de las semillas nativas. Las luchas porque no fracturen el territorio con profundas y expansivas sopas químicas inyectadas a gran presión con tal de sacar gas y ganancias.

Asomémonos a este número de Biodiversidad, y sepan que queremos que el espejo sea mutuo. Queremos reflejarnos en ustedes y que sus luchas se reflejen aquí mismo.

Equipo Editorial

Author: Biodiversidad