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NitaĆ­

by Nelson Álvarez Febles | 8 Jan 2006

Por Nelson Álvarez Febles

A Papo, Sana y Taí

Aquellas tres estrellas, que la gente llama Las Tres Marías (2), en realidad marcan la esbelta cintura de la bella Nitaí le señala con su voz de monte Don Santos al embelesado niño, recostados los dos sobre la gastada madera de la terraza, apenas puesto el sol y encendida la noche en el barrio Las Yeguas. Mientras Sebastián mira encantado, Don Santos continúa inventando, nutriendo el cuento con nombres sacados de la historia del Caribe.

Entre todos los nietos y nietas, Sebastián era el único que valoraba todo lo que Don Santos les contaba, y prefería perderse con el abuelo monte arriba antes de quedarse a hacer peleas de gallitos con las semillas de algarrobo, o, lo que es más común hoy en día, sentarse como bobos delante de la televisión. Nada más aquella misma mañana habían subido hasta la rudimentaria represa que les daba agua, más arriba de las talas de yautía (3), guineos (4) y gándules que el viejo todavía sembraba cada año antes de que llegaran las lluvias de la Cuaresma. Mientras caminaban los sonidos de las aves eran cortados de vez en cuando por el grito de montaña del abuelo, algo así como "¿Quiéééén va por ahíííí?", rastro sonoro que les permitía a los habitantes del valle seguirles el rumbo por la montaña.

Para Sebastián, Don Santos era la persona más sabia del mundo pues conocía por su nombre a todos los seres del monte y de los campos, mucho más que la pobre señorita Martina, pues todo lo que les enseñaba en la escuela lo tenía que sacar de los libros. Un helechito que crecía pegado a la corteza húmeda de los árboles era la doradilla, buena para la presión alta, el bejuco de agua que refrescaba la sed del caminante se cortaba de unas lianas negras y toscas en el corazón del bosque, la cabeza arrugada marrón oscuro sobresaliendo de la tierra marcaba el lugar donde se cosechaban los ñames (5) tripartitas, y las hojas machucadas del bejuco blanco paraban la sangre que le manaba cuando el machete traicionero rebotaba sobre las piedras y le mordía el brazo. Así el muchacho aprendió que cuando las enormes hojas del yagrumo (6) se daban vuelta en el árbol sin que soplara el viento, dejando el bosque salpicado de destellos plateados, era un aviso de que venía tormenta, como pudo vivirlo en carne propia aquella tarde antes de que el huracán David arrasara con todo.

Por eso Sebastián se tragaba todo lo que Don Santos le decía, y no entendió las muecas que su madre y el tío Beto hacían la noche del velorio de Doña Celestina, cuando el abuelo contó que los gatos no sirven para controlar a los ratones, pues una vez había tenido un gato, Tiburio, que se hizo tan amigo de los roedores que terminaron todos durmiendo rejuntados en una esquina de la cocina.

—Antes de que un aventurero de apellido Colón invadiera estas tierras, acompañado de unos señores barbudos y apestosos, mandado por unos reyes tiranos y guerreros llamados Isabel y Fernando, aquí en Borinquen vivía un pueblo noble llamado los taínos (7). Para ellos el mundo nació de una manera muy particular, continuó desgajando historias el anciano, con su blanca cabellera iluminada por la pálida luz de los cucubanos (8). He aquí lo que contó:    

"Después de la nada era un resplandeciente huevo dorado, dónde estaba todo. En su interior transcurría un tiempo sin tiempo indiferenciado donde lo alto era lo mismo que el fondo, el bien no existía pues no había mal, y se era en una apacible paz. Anacaona era la mujer, compañera desde siempre de Urayoán. También desde siempre tenían tres hijos: Yukiyú, Juracán y Nitaí. Hasta que aconteció algo que rompió la armonía primigenia, introduciendo primero el desasosiego y luego el caos.

Sólido como tronco de tabonuco (9), Yukiyú insistía, en los diálogos con su hermano, que lo esencial era la quietud, la firmeza, pues desde allí era posible contener todos los acontecimientos. Juracán, espigado como caña y ágil como el guaraguao (10), quería estar en todas partes y encontraba aquella apacible existencia aburrida, carente de aventuras. Hasta que Juracán quiso salir, ver qué había más allá de lo que para él resultaba una lujosa jaula. Yukiyú se opuso, y tuvo lugar la primera guazábara (11).

Fue tal la conmoción, que primero todo comenzó a temblar, luego surgió un ensordecedor ruido de grietas abriéndose, hasta que el huevo dorado estalló en mil pedazos. Desde entonces Anacaona yace y se le llama tierra, y de su vientre salen los frutos que nos alimentan. Urayoán cubre la superficie donde no hay tierra, se le llama mar, y nos regala las criaturas que lo habitan. Yukiyú quedó sólido y desafiante formando las montañas, que se enfrentan hasta el día de hoy a los bravos vientos de Juracán. Mientras, juguetona y alegre, Nitaí baila todas las noches para nosotros desde el cielo con su vestido de estrellas."

Esto le contaba Don Santos a Sebastián, ya medio adormilado, en la noche de Las Yeguas.


Notas

1- Este cuento forma parte del libro "Los cuentos de Don Santos" del mismo autor (puertorriqueño residente en Uruguay), publicado bajo el sello aBrace en Montevideo, 2005. Para comunicarse con el autor escribir a: [email protected]

2- A estas tres estrellas se les conoce también como el cinturón de Orion, de la constelación del mismo nombre. El mito de la creación que se incluye aquí es producto del autor, aunque recoge elementos de mitologías variadas.

3- Planta (Xanthosoma sagittifolium) que produce un tubérculo nutritivo muy utilizado en la comida criolla.

4- Nombre común que se le da en Puerto Rico a la fruta llamada banana o plátano en otros países (Musa sp.)

5- Tubérculo comestible (Dioscorea alata) que se encuentra en las raíces de unas plantas trepadoras en los bosques.

6- Árbol (Cecropia schreberiana) común en las montañas, conocido por sus hojas de `dos caras', con un lado verde y el otro blanco o plateado.

7- Pueblo originario de gran cultura y nobleza que habitaba las Antillas Mayores al momento de la invasión española. En cincuenta años fueron prácticamente exterminados.

8- Luciérnaga, insecto volador que en la oscuridad despide una luz azulada.

9- Árbol de gran tamaño (Dacryodes excelsa) de buena madera, que produce una resina aromática y combustible.

10- Gavilán que habita las montañas de Puerto Rico (Bj jumaicensis).

11- Guerra o combate en el idioma de los taínos.

Author: Nelson Álvarez Febles