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Todas las olas, la ola

by Tania Barberán | 14 Jan 2007

La integralidad del saber en Palomar, de Calvino

Tania Barberán

Una epidemia azota a la humanidad en la facultad que más la caracteriza, es decir, en el uso de la palabra; una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida de fuerza cognoscitiva e inmediatez, como automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias.

Ítalo Calvino, Seis propuestas para el nuevo milenio

Pareciera que en el mundo moderno esa peste ha invadido no sólo el lenguaje. El saber de la gente, las formas de mirar el mundo, de preguntar, de organizarse, la percepción del tiempo, las relaciones entre las personas, con el entorno, todo es achatado, homogeneizado: los procesos fijados, lo continuo fragmentado, lo vinculado aislado. Ésa es la peste real que invade la vida de la gente por toda la faz del planeta impidiéndole dar sentido a su experiencia.

¿Cómo entender el mundo si se fragmenta y aísla lo que está conformado por procesos complejos, tejido por redes de relaciones?, pareciera preguntarse el señor Palomar, protagonista de este agudo libro que, haciendo eco de la paciente sabiduría del mundo campesino y su visión de largo plazo, apuesta en sus reflexiones por una visión integral.

Para entender cómo es una ola hay que tener en cuenta esos empujes en direcciones opuestas que en cierto modo contrapesan y en cierto modo se suman y producen una ruptura general de todos los empujes y contraempujes en la habitual inundación de espuma.


¿Cómo devolver el significado a la vida de la gente en un mundo sinsentido y devastado humana, social, ecológica, espiritualmente? parece insistir el señor Palomar a lo largo de este manifiesto. Siempre pendiente de la memoria colectiva, resguardada en fábulas y cuentos de narradores populares, Ítalo Calvino se pregunta estas cuestiones en Palomar (Ediciones Siruela, Madrid, 1998). Con humor, pero también con el malestar que da atestiguar esta peste emparejadora. Lo hace, como diría Julio Cortázar, tomando de la literatura eso que es puente vivo de persona a persona (y que los tratados o los ensayos sólo permiten entre especialistas), para narrar las reflexiones de un personaje que observa el mundo, lo nombra, se le escapa, lo sigue y lo indaga.

Ante un mundo que le parece inasible y ante las limitadas explicaciones de una ciencia que fragmenta y trata de reducir la complejidad del mundo a un modelo —reclamo continuo de Palomar—, en sus cotidianas observaciones su curiosidad pone atención no a las cosas en sí, sino a sus relaciones; no a los objetos aislados sino a lo que los rodea y los contiene en el mundo; no a los sucesos determinados sino a los huecos que se abren entre ellos; no a las ideas o conceptos específicos cerrados, sino a la red de conexiones e hilos que los sustentan y significan; no al tiempo en un transcurrir lineal sino a su ser de instante e intuición. No a lo evidente, sino a la riqueza de sus significados posibles, a través de, paradójicamente, la observación de lo evidente, pues “la única salvación reside en aplicarse a las cosas que están ahí”; no a sus estabilidades sino a sus movimientos y constantes transformaciones, a sus equilibrios momentáneos y sobre todo a sus inmediatos desequilibrios, a sus formas de hacerse y desvanecerse; no a las formas sino a su estar en el mundo.

Fijar la atención en un aspecto lo hace saltar al primer plano, como ciertos dibujos en que basta cerrar los ojos y al volver a abrirlos la perspectiva ha cambiado... en ese cruzarse crestas diversamente orientadas, el dibujo del conjunto resulta fragmentado.

Hay un encantamiento por el mundo en esa mirada que se contagia. Sus reflexiones son instantes de lucidez que condensan en una ojeada a una situación cotidiana problemas epistemológicos, colectivos, preguntas existenciales, dilemas sociales, relaciones con el pasado y el incierto futuro de un mundo que se desbarata.

El señor Palomar es cualquier persona que observa el mundo. Más que un yo, es un lugar de mira, un ángulo de visión impertinente que lo cuestiona todo. A fuerza de observar se funde con el mundo. Es alguien que con inagotable avidez, con pudor y fidelidad a la vida y sus procesos, no busca certezas ni respuestas ni explicaciones, sino construir saber. Anda por ahí con la claridad de que el saber es colectivo y se construye. Él únicamente condensa, como en un vórtice, pensamientos, razonamientos, conjeturas que otros se han hecho y se harán. Rescata un saber sedimentado proveniente de la observación y el conocimiento paciente de los procesos naturales y sociales, tan propio del mundo campesino e indígena.

Sus atisbos siempre tienen en el trasfondo la certeza de que cualquier forma del saber implica pensar integralmente. Sabe por intuición que todo suceso forma parte de procesos complejos y está inmerso en una infinidad de interconexiones conformando una red de relaciones. En sus meditaciones se dedica a de­sen­trañarlas, pues en todo caso el “conocimiento” es el tejido que une los polos o dicotomías y no sus extremos aislados. Dicha red forma figuras complejas como las que observa que dibujan en el cielo los estorninos cuando su ruta migratoria atraviesa la ciudad. O cuando absorto no puede quitar la vista del inagotable ir y venir de las olas mientras intenta identificar una ola particular.

El señor Palomar ve asomar una ola a lo lejos, la ve crecer, acercarse, cambiar de forma y de color, envolverse en sí misma, romper, desvanecerse, refluir. Llegado ese punto podría convencerse de que ha llevado a término la operación que se había propuesto e irse. Pero aislar una ola separándola de la ola que inmediatamente la sigue, y como si la empujara y por momentos la alcanzara y la arrollara, es muy difícil, así como separarla de la ola que la precede y que parece llevársela a la rastra hacia la orilla... (“Lectura de una ola”)

Así, Palomar repara en que debe pensar en la siguiente y en la anterior, en las rocas que la detienen, en las corrientes subterráneas que la orientan o la empujan hacia varias direcciones, en la luna y su influjo; mirar la ola existiendo como parte de un todo.

Ese problema lo lleva a intentar entender el todo en sus relaciones, en el lugar o lugares que ocupa, desde cada uno de sus detalles.

¿Es “el césped” lo que vemos o vemos una brizna más una brizna, …? Lo que llamamos “ver el césped” es sólo un efecto de nuestros sentidos aproximativos y bastos; un conjunto sólo existe en tanto está formado por elementos distintos. No es necesario contarlos, el número no importa; lo que importa es aprehender de un vistazo las plantitas individuales una por una, en su particularidad y en sus diferencias. Y no solamente verlas: pensarlas. En vez de pensar “césped”, pensar en aquel pecíolo con dos hojas de trébol, aquella hoja lanceolada un poco corva... (“El césped infinito”)

Así es cuando las comunidades campesinas, para defender su maíz, piensan en el intercambio de semillas, en las historias que sobre él se cuentan, en la parcela, la tierra, el agua, el bosque, el territorio entero, en su comunidad, su asamblea, el uso de la palabra, su autogobierno. Ampliando en todas direcciones los vínculos, conciben el maíz y cualquier suceso o asunto en sus interconexiones con todo. Cualquier minúsculo detalle forma parte de un proceso, algo que para el mundo campesino es tan cotidiano, como John Berger nos lo recuerda:

El campesino trabaja con lo que nunca puede ser totalmente predecible, lo emergente... El campesino toca las superficies para imaginar lo que hay detrás con más propiedad. Por sobre todo, es consciente de procesos que se continúan y se modifican, ajenos a su poder o al de cualquiera para ponerse en marcha o detenerse: siempre tiene conciencia de estar dentro de un proceso. (“El palacio ideal” en Cada vez que decimos adiós.)

Al cavilar cómo funcionan el cielo o el mar, o las relaciones humanas o del hombre con su entorno, Palomar nos propone una forma integral de ver el mundo, abierta, sensible, que le dé sentido a los acontecimientos por más absurdos que éstos sean, que nos haga conscientes de la naturaleza cambiante, transitoria e interconectada de toda rea­lidad. El mundo no se puede fragmentar. Hay que poner atención a los detalles, a los focos específicos, pero sin perder la noción de la figura completa. Así como los tojalab’ales de Chiapas no perciben las partes del cuerpo separadas sino pertenecientes a un todo (no existe en tojolab’al la palabra mano sin pronombre, se dice mi mano, tu mano o su mano, no mano a secas, pues como ellos mismos remachan: “no existen manos tiradas por ahí, sin dueño”).

 

A cada momento cree que ha conseguido ver todo lo que podía ver desde su puesto de observación, pero siempre aparece algo que no había tenido en cuenta. Si no fuera por esa impaciencia suya de alcanzar el resultado completo y definitivo de su operación visual, mirar las olas sería para él un ejercicio muy sedante... Y quizá podría ser la clave para adueñarse de la complejidad del mundo reduciéndola al mecanismo más simple.


Por el contrario, el embate de instancias gubernamentales, agencias privadas y proyectos empresariales transnacionales se basa en la estrategia de compartimentar todo “atendiendo” por separado cada asunto y ofreciendo dinero y programas para cada problema aislado, lo que desarticula los tejidos comunitarios, desbarata los procesos sociales y naturales, y empuja a la gente a migrar y en muchos casos a dejar de ser lo que era.

“Desde que la ciencia desconfía de las explicaciones generales y de las soluciones que no sean sectoriales y especializadas, el gran desafío de la literatura es poder entretejer los diversos saberes y los diversos códigos en una visión plural, facetada del mundo”, dice Calvino. Por ello Palomar cuestiona los modelos que una mirada científica, racional y cerrada trata de imponer siempre y rescata lo que la gente hace:

Palomar, que de los poderes y contrapoderes se espera siempre lo peor, ha terminado por convencerse de que lo que cuenta realmente es lo que sucede a pesar de ellos: la forma que la sociedad va adoptando lentamente, silenciosamente, anónimamente, en los hábitos, en los modos de pensar y hacer, en la escala de valores. (“El modelo de los modelos”)

Reivindicando la idea de que no hay diferencia entre aquéllo de lo cual un libro habla y el modo como está elaborado, Calvino compone una serie de relatos conectados, círculos concéntricos que se contienen unos a otros pero sin un orden aparente, en un recorrido abierto que cada lector puede elegir hacer en otro orden, buscando nuevas conexiones.

Palomar es un con-junto de pequeñas narraciones que al disponer juntas cuestiones, al buscar significados ocultos se vuelve un mapa con diferentes planos y líneas de fuga. Paul Ricoeur dice que una trama es la síntesis de lo heterogéneo. Palomar caminando por ahí, anda tramando cosas, dialogando con el mundo, tejiendo. Así como los huicholes tejen sombreros en las asambleas, porque para ellos hablar es tejer y tejer es hablar.

La búsqueda de Palomar nunca concluye. Está abierta, como el libro mismo. Le basta con divagar por algunas veredas, hacer preguntas más que buscar soluciones, estar conciente en un presente configurado por pasados y futuros en cada paso, colocar en primer plano la experiencia, el tiempo interno y mirar el cielo… ahí se encuentra con la luna y la acompaña en su camino.

Su idea es que el sustento de la vida está en una visión integral de todos los acontecimientos que tiempo y espacio pueden contener, y que a veces invisible aflora en los resquicios, de la forma más sencilla, en el gesto de una mano, en un cruce de caminos, en un suspiro o un modo de mirar al otro.

No se puede observar una ola sin tener en cuenta los aspectos complejos que concurren a formarla y los otros igualmente complejos que provoca. Estos aspectos varían continuamente, razón por la cual una ola es siempre diferente de otra ola; pero también es cierto que cada ola es igual a otra ola, aunque no sea inmediatamente contigua o sucesiva; en una palabra, hay formas y secuencias que se repiten, aunque estén distribuidas irregularmente en el espacio y en el tiempo.


Tania Barberán es lingüista, deseducadora radical, investigadora de la Universidad Autónoma de la ciudad de México


Author: Tania Barberán