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La guerra por el tiempo

by Biodiversidad entrevista a Luis Gómez | 18 Jul 2005

Biodiversidad entrevista a Luis Gómez (*)

En Bolivia hay una ciudad indígena que ha protagonizado los levantamientos populares de los últimos años, incluyendo los que provocaron la caída de los presidentes Sánchez de Lozada y Mesa. Esta ciudad, El Alto, situada en la periferia de La Paz ha sido estratégica en la defensa de los recursos naturales, como los hidrocarburos o el agua. Pero esta defensa está basada en una cosmovisión anclada en la raíz misma de los pueblos originarios, tanto como la organización política que se han dado los movimientos sociales bolivianos para resistir los embates del neoliberalismo. Luis Gómez es un periodista mexicano que hace 8 años vive en La Paz. Pero por sobre todas las cosas, es un observador muy agudo de la realidad que lo rodea. En esta entrevista con Biodiversidad realizada en El Alto explicó el fenómeno que surge en esta ciudad, asegurando que en realidad la resistencia de los pueblos es una lucha "por el tiempo" frente al avance del poder corporativo.

¿Cómo explicarías lo que es El Alto, el fenómeno que representa esta ciudad?

El Alto es una ciudad indígena. El Alto es la ciudad del neoliberalismo. El Alto es la periferia creciente todavía ahora, en la que durante las últimas dos décadas se han venido a instalar migrantes de las comunidades rurales y mineros relocalizados. Los mineros relocalizados son el primer producto del neoliberalismo en Bolivia, en base al cual el Estado cierra o vende sus minas y fuerza la migración de gente que ya no tiene una fuente de trabajo.Se le dieron pequeños terrenos y se les dijo "bueno ahora van a tener que trabajar en otra cosa". El Alto es esa periferia fundada por comunales, por campesinos aymaras fundamentalmente que día a día tienen más problemas para vivir de su tierra, de lo que produce la tierra. El Alto es la ciudad de los ex-mineros. El Alto es una ciudad que en algún momento fue una ciudad dormitorio, pero poco a poco se convierte en la primera y tal vez en la única ciudad totalmente indígena en América Latina, 90% de los cuales son indígenas aymaras.

Aprovechando la forma neoliberal de asistencia social, en la que el Estado incapaz de dotar de servicios a la gente le da la oportunidad a la gente bajo la fórmula "yo te compro el material, yo te doy la oportunidad de que hagas la calle, pero tu la trabajas". Aprovechando eso los aymaras de El Alto han ido construyendo esa ciudad. Dándole la forma de su cultura, de sus sueños; eso es El Alto.

¿Y por qué El Alto cobra esa importancia estratégica, en los últimos tres años, no sólo en Bolivia, sino en todo el continente, sobre todo con la explosión de la guerra del gas?

Diría que no sólo en el continente, sino en el mundo. De repente es más o menos común decir que en momentos de mayor crisis la emergencia social se vuelve un síntoma de una crisis económica y social que ha venido afectando a Bolivia en los últimos cincuenta años. Bolivia ha estado inmersa en un ciclo de movilizaciones, de luchas, que abren el siglo XXI; desde la Guerra del Agua en Cochabamba hasta la Guerra del Gas y estas nuevas movilizaciones por sacar a la Suez aquí en El Alto. Todo comienza con el cerco de los aymara, los comunarios aymara, los campesinos aymaras, sobre La Paz en el 2001. Eso responde a la situación generada por la brecha entre ricos y pobres, que en esta sociedad es brutal, es brutal económicamente, pero es brutal en términos de raza incluso. La discriminación racial es impresionante en este país.

Cuando decías que es una ciudad indígena, que es una ciudad aymara, que la han construido de acuerdo a su propia concepción, ¿qué significa? ¿Cómo se expresa en la ciudad?

Eso se expresa fundamentalmente en una organización, en una geometría orientada para recibir la cantidad de luz y calor durante el día. Eso se expresa en plazas de acuerdo a sus propias necesidades, con los materiales que cuentan. No pueden crear parques, porque el clima es muy seco. No hay agua. Pero crean plazas lo suficientemente grandes para que el barrio tenga un lugar de encuentro, de esparcimiento, de asambleas. Y van gestionándose poco a poco, abandonados por el Estado. Eso es lo que el sociólogo Pablo Mamani llama "la ausencia del Estado". Se autogestionan a sí mismos, se ven forzados a gestionar sus vidas.

Además son tremendos artesanos, pueden hacer carpintería, albañilería, la tierra misma los dota de material. Si tu te vas a los distritos más periféricos te das cuenta que el adobe sigue siendo hecho todos los días, siguen construyendo con los materiales originarios. Eso significa una ciudad indígena: casas de adobe, bien orientadas, con calles bien hechas, específicamente trazadas por ellos, con plazas donde ellos consideran, en función de su relación con el barrio, con el espacio en sí, pero también con los demás barrios. Estamos hablando de una ciudad que no solo construyeron ellos, sino que forzados a gestionar su propia vida la poseen, la controlan como territorio; la territorialidad en este momento es uno de los temas básicos para El Alto.

Ahora, ¿podríamos decir que esa ausencia del Estado les ha resultado positiva de alguna manera, entonces?, ¿Les ha permitido crear un espacio políticamente viable, desde el punto de vista social crítico o de la construcción de una sociedad alternativa?

Más bien no hay agua, no hay acceso al agua potable, porque el Estado se ha preocupado de ello. Allí no hay ausencia del Estado, allí hay presencia del Estado. El Estado permite y liberaliza el servicio del agua. Allí está el Estado presente, esa es la muestra de que existe un Estado. Pero por el contrario _como los dejan a su suerte en general, insisto la discriminación racial, política y económica es brutal en este país_ se gestionan a sí mismos y para gestionarse se tienen que organizar.

Entonces, los ex mineros que vienen de la gran tradición sindical boliviana, se organizan muy rápidamente. Los mineros son en su gran mayoría de origen aymara o quechua. Los aymara que vienen del campo traen consigo una tradición comunitaria milenaria, quizás una de las más profundas y sofisticadas tradiciones comunitarias que haya en el continente. Trasladadas sus formas de organización comunitaria, que son lo más cercano que podríamos llamar a una asamblea general, a líderes escogidos no se les delega la representación y el poder totales, como podría ser en una democracia representativa o en una cuestión un poco más criolla, occidental; son portavoces de su comunidad. La comunidad manda en su conjunto, decide, delibera. En su conjunto la comunidad aymara siempre propugna el diálogo, sólo como última medida se adopta el conflicto.

En las últimas dos décadas, a una ciudad que es toda periferia porque no tiene centro, a una ciudad indígena, a una ciudad que es producto del neoliberalismo, esto le permite gestionar una organización social que es la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), que en un principio es la gestora de sus necesidades, de sus necesidades básicas, atendiendo problemas en los barrios por el agua, la electricidad o cualquier cosa. Se vuelve el interlocutor frente al Estado, pero la crisis no termina y este Estado no cambia.

Es por eso que aquí en Bolivia se ha establecido un nuevo sentido común. Para todos tiene sentido que el gas es la última riqueza de la cual pueden beneficiarse, se defienden, y son masacrados. En realidad su insurrección del 2003 no fue ni pensada, ni mucho menos. Esa insurrección surge como una resistencia. Mucho de lo que hablaban los medios comerciales y el mismo gobierno, era de los "conflictos" en El Alto, de "enfrentamientos". Y no había enfrentamientos.

Había militares, policías, tanques por un lado y había gente con palos y piedras por el otro, que resistían. Se resistían a dejar ir la última riqueza natural. Entonces, en octubre, esa resistencia se convierte para mi en una traducción política de una gran cadena de barrios que están bien organizados para gestionarse la vida y que ven en la resistencia la capacidad de manifestarse políticamente. Es de una horizontalidad brutal. Quizás la forma más horizontal de movilización que se haya dado en el continente... y quizás en el mundo. Por otro lado Pablo Mamani, este sociólogo aymara, habla mucho de cómo en ese momento de la insurrección surgen lo que él llama los "microgobiernos" barriales.

Acostumbrados a gestionarse socialmente, en el momento en que se ven políticamente forzados por la represión a resistir se convierten en gobiernos autónomos, gestionan no sólo la resistencia, los bloqueos, la confrontación con los militares, gestionan incluso la comida. Porque ante la escasez, producida por el bloqueo, evidentemente la comida sube de precio. Hay lugares, por ejemplo el mercado del barrio, que abre solamente de cinco de la mañana a siete de la mañana, con inspección de los vecinos para que no haya especulación. Hay un horario: de cinco a siete se abre el mercado, de siete a nueve las señoras y los señores cocinan, se guisa, se desayuna, y después al bloqueo directo. Y hay guardias, de todo. O sea, empiezan a gestionar un gobierno local autónomo, que es un principio bien importante de organización.

Digamos que hay, por lo menos, otra experiencia importante en materia de autonomía indígena que puede ser el zapatismo en México. ¿Qué puntos de contacto y de divergencia tienen estas dos experiencias?

El primer punto de contacto es justamente la necesidad de autogobernarse, de autodeterminación que los dos fenómenos tienen. Quizás en el caso de los zapatistas tienen por un lado una forma política más definida: las Juntas de Buen Gobierno, Los Caracoles, todo ese tipo de organización política es más desarrollada en términos teóricos que el de los aymaras. Pero la formas comunitarias aymara son mucho más poderosas, están mucho menos golpeadas por el efecto mismo de la discriminación. La discriminación tiene un ida y vuelta, te discrimino te niego, y mientras te niego te dejo vivir y con lo que quieras, porque no me importa. Mientras me sirvas, mientras produzcas, tu trabajo me pertenece, el producto de tu trabajo me pertenece; si tu hablas tu lengua en tu casa, o sigues pensando comunitariamente, ese es tu problema. Eso ha permitido que las formas comunitarias aymara permanezcan sólidas, no 50 años, sino siglos enteros, que no es el caso de los mayas del ejército zapatista, que sí han sido golpeados, brutalmente esclavizados. Eso sería, por ejemplo, una cuestión que los une y los separa.

Creo que otra cosa es esa necesidad de horizontalidad de la que yo hablaba; los zapatistas dicen por ejemplo que "para todos, todo". Los aymaras tienen muy claro que no se ejerce la propiedad sobre algunas cosas. Cuando El Alto dice "el agua es nuestra", por ejemplo, no están diciendo que les pertenezca porque son de El Alto, o porque son aymaras, están hablando de que el agua es un bien, un patrimonio común, del cual podemos beneficiarnos todos pero que no le pertenece a nadie.

Entonces su cultura choca con la idea del agua como mercancía, de la tierra como mercancía, la tierra del mundo aymara es profunda. Ellos saben que el agua alimenta la tierra, alimenta las plantas, los animales, ellos saben que no les pertenece. Es el patrimonio común. Ese tipo de cosas es una divergencia, por ejemplo, con los zapatistas. Los zapatistas tienen una visión más "criolla" de todo esto. No dejan de ser indígenas pero ya los atraviesa la cuestión política en términos inclusos más líricos. Los zapatistas son líricos, están más golpeados por la política, por el gobierno de México, la discriminación y todo ha permeado las estructuras y las culturas indígenas. En el caso de los aymaras no. Los aymara no son líricos, son un pueblo reflexivo, pero no están en la lírica, están apegados a formas de organización comunitarias, militares incluso, que son milenarias. Han logrado mantenerse vivos, como una suerte de reducto de sí mismos, han hecho un reducto de su cultura y eso es lo que los diferencia mucho.

Es interesante esto que planteas de la concepción de una relación diferente con lo que la ciencia económica llama "recursos naturales". También en México ha habido una reacción muy fuerte de comunidades indígenas y campesinas por la contaminación transgénica del maíz. En Bolivia existen experiencias de resistencia a la apropiación privada del agua y del gas. Tú has dicho que estas peleas no son luchas aisladas, sino que son luchas por el tiempo. ¿Cómo es eso?

Yo tengo un querido amigo, un joven aymara, Vidal se llama, un alteño de 21 años y que hace un par de meses presentó un testimonio sobre su participación en la Guerra del Gas en octubre. La introducción a su testimonio dice que las cosas ya no van a ser iguales, porque para el indígena en Bolivia, el tiempo viene de atrás, mientras que para el blanco el tiempo viene de frente. Vidal, este joven, dijo que los aymara conocen lo que les ha pasado, saben de masacres, saben de discriminación, saben de hambre y que eso ha sido su historia en los últimos siglos. Los blancos se distinguen de ellos solamente porque saben lo que va a pasar, porque son ellos los que dictan las reglas ahora.

Es una idea que no me inventé yo, es mi propia visión de una cosa muy simple. La gente cuando está hablando de agua al mismo tiempo está hablando de educación, está hablando de trabajo. No está hablando de cosas que no le pertenecen, al contrario. La legitimidad de estas disputas, de estos conflictos, no viene de la propiedad de los recursos o de la necesidad de una vida digna y soberana. La legitimidad no viene de decir "el agua es nuestra". No estamos peleando por la legitimidad, estamos disputando con un ladrón. Esto es lo que legitima la lucha del pueblo alteño, en este caso. Lo que de fondo estamos disputando porque todas esas cosas en su conjunto articulan la vida de un ser humano es el futuro. Yo quiero tener todo eso para mí, quizás ahora, quizás mañana, pero para eso peleo.

Estamos disputándoles el tiempo, la posibilidad de decidir en el porvenir lo que queremos ser y cómo queremos hacerlo. Estamos disputando la posibilidad de definir agenda, de intervenir incluso en el Estado. Esa es una disputa por el tiempo, estamos disputando el futuro. Cuando la gente está hablando de todo eso en definitiva está hablando de felicidad. Ser feliz quiere decir tener una vida digna y soberana. Y tener una vida digna y soberana quiere decir tener trabajo, educación, salud, tener servicios, tener acceso a cosas que el mundo te puede dar como a cualquier otro, es decir, tener los mismos derechos.

Esa búsqueda de la felicidad entre otras cosas los hace personas. Porque para este Estado, para las clases altas en Bolivia, fundamentalmente blancas y racistas, los indígenas no han sido personas nunca. Por eso, esta es una guerra por el tiempo.


(*) Entrevista realizada por Carlos Santos en el marco del Encuentro "El Alto de Pie. Nunca de Rodillas", organizado por la FEJUVE entre el 29 de abril y el 1º mayo de 2005 en El Alto, Bolivia. Pocos días después, en el mes de junio el presidente Carlos Mesa que había asumido ante la renuncia de Sánchez de Lozada fue obligado a renunciar por las protestas en todo el país pero, sobre todo, el cerco que los alteños realizaron sobre La Paz.

Luis Gómez, periodista mexicano radicado en La Paz, es corresponsal del diario mexicano La Jornada y director de la agencia de noticias "NarcoNews" (www.narconews.com ). En el año 2004 publicó el libro "El Alto de pie" sobre los fenómenos de octubre de 2003.

 

Author: Biodiversidad entrevista a Luis Gómez
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