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Editorial

by Biodiversidad | 26 Apr 2012

Qué gusto da ver a la gente alegre por que está pensando junta. La foto muestra a comuneros y comuneras, a gente de organizaciones de Cotopaxi, Chimborazo y Tungurahua en los Andes ecuatorianos, durante la comida tras un taller de reflexión conjunta donde pudieron armar entre todos los presentes el rompecabezas de las condiciones que pesan en su región.

Los últimos treinta años han recrudecido el ataque a las estructuras comunitarias, a los territorios de los pueblos —sobre todo a partir de que los llamados tratados de libre comercio se instauraron como instrumento internacional para perpetrar un “desvío de poder”. Es decir, abrirle margen de maniobra a las transnacionales y cerrarle la puerta de la ley a las comunidades agraviadas —desde las estructuras gubernamentales, jurídicas y estatales de un país.

Esto es así porque tales tratados o acuerdos (dicen que de comercio, cooperación, asistencia técnica o científica y seguridad) son en realidad matrices de gobierno que suplantan las estructuras jurídicas, el marco jurídico nacional e internacional donde debería asentarse un gobierno que mandara obedeciendo a un pueblo que se insiste que lo eligió y lo “legitima”.

En ese proceso de desviación de poder, y con estos instrumentos “comerciales”, de “cooperación”, diversos países desmantelan los ámbitos comunes y los derechos colectivos, los derechos de los pueblos —mediante leyes, reglamentos, normas y estatutos— para abrirle la puerta al “individuo” anónimo y abstracto y a las corporaciones omnipresentes y concretas. El mecanismo de despojo se vuelve así más sofisticado y se torna más burda e irresponsable la devastación sin freno y la represión para quienes protestan.

Pero la gente, las comunidades, las organizaciones, tienen un rato pensando desde abajo, desde el seno mismo de su comunidad o de las organizaciones de primero, segundo o tercer nivel. Desde los seminarios, talleres, foros, encuentros.

Así, toda movilización social es sobre todo un momento de repensar entre los muchos lo que ocurre, y recuperarle su sentido, reafirmar existencia, historia y futuro comunes.

En la historia reciente de los pueblos de América Latina, por lo menos desde 1989, las comunidades y organizaciones han acumulado saberes y experiencias compartidas, han acumulado información que les permite entender lo que ocurre con mucho más precisión y detalle que los científicos y académicos, que los políticos en turno, porque su reflexión junta la información actual y contemporánea (que les allega su gente de confianza) con los saberes tradicionales y contemporáneos surgidos de su propia visión integral e integradora, esa visión que abraza la complejidad y la sincronía de los fenómenos y hace convivir tiempos, flujos, ritmos: todos los procesos implicados en las situaciones que les son pertinentes. Reflexiones así no vienen tan sólo de pensar; llegan cuando se trabaja cuidando. Vienen de cultivar la tierra y cuidar el bosque y el agua, vienen de custodiar el largo plazo de la vida mediante las semillas y los equilibrios que mantienen los páramos, los manantiales, la fertilidad general —que es futuro puro.

Pero los ataques no terminan nunca. Los esquemas de la economía verde (que van de la mercantilización de la naturaleza y su sometimiento al sistema financiero internacional a la desconcertante idea de consumir toda la biomasa del planeta), en realidad esconden como siempre el control y la apropiación de más y más territorios incluida su biodiversidad, su agua, sus minerales, sus bosques y la mano de obra fragilizada que resulta de la expulsión de tantos.

Por eso los pueblos marchan, se pronuncian, se juntan (como ahora en Buenos Aires con motivo de la III Conferencia Especial para la Soberanía Alimentaria por los Derechos y por la Vida)  para rechazar...

Una vez más, al modelo de producción y consumo hegemónico que continúa generando hambre y pobreza crecientes en el mundo y la región. Éstas no son producto ni de la casualidad ni de la falta de alimentos, sino de un modelo que viola el derecho a la vida digna de las personas y los pueblos, acrecienta la subordinación de la mujer, invisibilizando su rol determinante en la producción de alimentos y en la construcción de la Soberanía Alimentaria.

[...] Un modelo que fomenta el avance acelerado del acaparamiento de la tierra en todo el continente. Entre las causas que lo explican se encuentran el brutal avance del agronegocio en todo el continente, el mismo agronegocio que ha llevado a la humanidad a la inédita cifra de más de mil millones de hambrientos. Otra causa la constituye el avance de la minería a gran escala en países como Argentina, Chile, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, México y Guatemala, así como los megaproyectos hidroeléctricos y los grandes emprendimientos turísticos que se apropian de espacios comunes; y las falsas soluciones al cambio climático, como los proyectos REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación), REDD+, REDD++ y las plantaciones de monocultivos para la producción de biomasa con fines energéticos.

La concentración de la tierra, bosques y cuerpos de agua de los pueblos en manos de las transnacionales, conduce a una guerra por los alimentos y abre la posibilidad del control político sobre las naciones. La mercantilización de la tierra promocionada por el Banco Mundial ha seguido impulsando la concentración y la extranjerización de la tierra y la pérdida de territorios, constituyendo una de las mayores causas de expulsión de campesinos, afrodescendientes y pueblos indígenas de sus tierras y comunidades. Los pescadores y pueblos del manglar son expulsados de las zonas costeras y sus derechos son limitados sobre las zonas marítimas.

Un modelo responsable de las crisis climática y de la biodiversidad, cuyos efectos ponen en riesgo, como nunca antes en la historia de la humanidad, los ecosistemas que mantienen la vida, afectando con especial violencia a los afrodescendientes, campesinos, pueblos originarios y pescadores. Mientras tanto, sus responsables, las transnacionales y los países del Norte, se benefician de las soluciones de mercado establecidas en el marco de las negociaciones de la Convenciones de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y sobre Diversidad Biológica. En tanto, y a través de falsas soluciones a las crisis que han generado, intentan avanzar aún más sobre los territorios, mercantilizando y privatizando la naturaleza y la vida. Rechazamos la denominada “Economía Verde” como salida a las crisis climática y alimentaria.

Este modelo —industrial, intensivo, a gran escala, concentrador, dirigido a la exportación de productos primarios, liderado por las transnacionales y altamente dependiente de insumos químicos— destruye y reemplaza los sistemas que alimentan a los pueblos al transformar los alimentos en meras mercancías importadas y exportadas alrededor del mundo, a cambio del precio más alto y la mayor tasa de ganancia del capital.

Desde Biodiversidad, esperamos hacer eco de estos reclamos y fortalecer nuestros argumentos.

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Author: Biodiversidad