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Todas las luchas están relacionadas

by Hermann Bellinghausen | 14 Dec 2010

Presentamos ahora fragmentos de historias, experiencias y reflexiones sobre cómo han cambiado y crecen las luchas en pos de un destino propio en los últimos veinte años. Como siempre, juntamos palabra de muchos rincones, de los análisis personales y colectivos. Los juntamos para leerlos hilados porque, de por sí, todas las historias están relacionadas, como también las luchas.

Todos los sucesos están vinculados, estrechamente relacionados e interdependientes. Y lo que queda claro es que la lección que quieren impartirnos desde el poder es: no se defiendan, no alcen la voz por lo que es justo, no piensen por sí mismos, no elijan ser quienes son, no guarden la memoria de sus antepasados, no vivan en defensa de la Tierra, no lo hagan, ni lo piensen; si lo hacen, este gobierno ––esta maquinaria de control–– desatará un ataque tan vasto que buscará destruir hasta nuestras memorias genéticas.
Entonces, no hay que olvidar. Nunca, nunca.
En épocas anteriores, algunos de nuestros pueblos fueron inducidos a servir de “rastreadores” para el ejército federal. Fueran los que fueran sus motivos, estos individuos hicieron posibles las campañas traicioneras que terminaron en el asesinato de incontables inocentes. Es triste que en la actualidad, este tipo de individuos sigue entre nosotros. El gobierno saca ventaja de sus debilidades, y les induce a traicionarnos a todos los demás. El gobierno utiliza esta traición para encubrir el asesinato y el terrorismo del Estado, y avalarlos. Después de perpetrar esto, nos insiste que lo que recordamos nunca ocurrió, como si la memoria o la verdad fuera algo que puede ser modelado o acomodado para encajar en un resultado preconcebido. Entonces, no hay que olvidar. Nunca, nunca.
Hoy nos reunimos tras décadas y generaciones de sangre y trauma. Nos reunimos en un acto de desafío. Y hacemos memoria.
No recordamos únicamente un día o un suceso, o porque sea importante la memoria de lo que pasó el 25 o 26 de junio, o cualquier otra fecha en particular, sino porque es más importante entender la campaña de colonización que continúa. Porque prosigue el drama humano de carnicería e incontrolable avidez de sangre. Y porque aún estamos empeñados en nuestra defensa continua: haciendo plegarias por el equilibrio, la paz y la justicia; intentando darle sentido a todo esto. Tal vez, frente a tal amenaza, lo más importante que podemos hacer es recordar. Entonces, enseñen a sus hijas e hijos. Transmitan nuestro saber. No hay que olvidar. Nunca, nunca.
Hacer memoria es resistir, y si hacemos memoria, algún día seremos libres. Libres de su maquinaria mental. Libres de sus atracos. Libres de sus ametralladoras y sus bombas. Libres de sus jaulas. Libres para ser quienes somos. Y libres de su miedo. Ésta es la libertad más verdadera de todas. Y de lo que se trata es de alcanzar la verdadera libertad. No la ilusión de libertad que nos ofrecen. Entonces, no hay que olvidar. Nunca, nunca. Carta pública de Leonard Peltier, líder lakota, preso político en Estados Unidos desde hace 30 años, junio de 2010.

Es posible que la actual ofensiva (gobierno-empresas) contra los pueblos indígenas de México y buena parte de América Latina sea una de las más agresivas en la historia. No obstante, la escalada sucede en un momento brillante de estos pueblos, cuando han alcanzado niveles de conocimiento muy precisos de su condición, y están en lúcida posesión de su bagaje civilizatorio. Toman en sus manos el destino de sí mismos, y en ocasiones, de las naciones que los contienen. Organizados, son enemigos formidables para el poder neoliberal. Contra ellos no bastan las viejas doctrinas contrainsurgentes. Es una contrasabiduría lo que se emprende para detenerlos. Un viva la muerte, donde cualquier brutalidad está permitida.
Bajo el signo de la rebelión, en menos de dos décadas los indígenas cambiaron el mapa político de Bolivia y Ecuador, y son influencia profunda en las luchas de liberación en el sur de México. El proceso inspiró los despertares históricos de sus hermanos en Chile, Venezuela, Colombia, y ahora Argentina, a contracorriente de la uniformidad desarrollista y capitalista que los condenaba a desaparecer.
Ahora les quieren arrebatar lo de siempre: el oro y el moro. Minerales y petróleo bajo sus pies. Bosques, ríos, playas. Las semillas de sus milpas. Hasta por los bordados de sus huipiles pagarán copyright. Gobiernos como el mexicano, con su red de socios (¿o más bien sus acreedores?) pretenden secuestrar, encadenar, sitiar con piedras, borrar en los censos y las políticas culturales, y finalmente expulsar a los pueblos, la parte más desechable de un paisaje como quiera desechable.
Están en la mira Amazonia y Lacandonia, las costas del Pacífico, las inmensas cordilleras donde el capitalismo vislumbra su último El Dorado en Mesoamérica y los Andes. La ofensiva neoliberal, en su exceso, hace reaccionar contra represas, minas y petroleras a los pueblos originarios de Guatemala y Perú, a los que, como en Colombia, se daba por perdedores de guerras que no han terminado.
Pero la decisión de conquistar la autonomía y su identidad legítima y humanizadora está bien prendida en todos estos pueblos. Los municipios rebeldes de Chiapas, la determinación mapuche de existir en Wallmapu, sin por ello ser terroristas ni primitivos, la estremecedora rebelión en cadena de aymaras, kichwas, shuar y tantos más en los subcontinentes andino y amazónico, ofrecen una experiencia de simultaneidad y poderío que no habían tenido nunca.
Gobiernos militarizados y delirantes en lo interno, y arrodillados en lo externo, histéricamente trenzados con las mafias, como los de Colombia y México, creen que podrán acabar con los pueblos que se les atraviesen.
Del Pentágono y las mineras canadienses para abajo, la estrategia de gobiernos y empresas es el exterminio. Reconocen en los pueblos el único verdadero escollo, el más duro de matar, para abrir paso a su voracidad depredadora. Es tiempo de que las naciones americanas admitan que su viabilidad es inseparable de la del buen vivir de sus pueblos. Demostrarían sensatez si escucharan sus voces. No sólo son nuestra última frontera libre. A diferencia de las sociedades modernas, los indígenas siempre han sabido proteger, vivir y heredar la Tierra. Hermann Bellinghausen, “Sin pueblos indígenas no hay nación”, La Jornada, 14 de junio de 2010.

En junio de 1990 las ciudades del Ecuador vieron con asombro la insurgencia de lo rural, miles de ponchos rojos se tomaron las carreteras, las plazas, las calles de las ciudades, las iglesias. Los ciudadanos ecuatorianos miraron lo que se llamaría luego “la emergencia de un nuevo sujeto político” desconociendo los siglos de resistencia y persistencia de estos pueblos ancestrales invisibles sólo por su fortaleza.
Pero esta emergencia —desde las profundidades del olvido— no fue sólo el salto para que una sociedad racista los reconociera, significó la continuación de las continuas luchas por la vida, cuyo telón de fondo era y es un proyecto civilizatorio que resquebrajaría el modelo neoliberal y el posmodernismo galopante por todos los territorios indoamericanos. Lo comunitario (la comunidad como esencia vital), la relación equilibrada con la naturaleza (la pertenencia identitaria a la tierra), la necesidad de ser reconocidos como distintos y diversos.
La toma de una iglesia colonial (Santo Domingo) significó la puesta en escena de los reclamos acumulados por siglos: la tierra, la crítica al modelo agroexportador, la exclusión económica, social, jurídica y política, el rechazo al modelo extractivista.
Las propuestas del movimiento indígena han sido siempre revolucionarias y han marcado cambios jurídico-políticos, económicos y culturales en el país. Sin embargo el logro más destacado del “primer levantamiento” importante del siglo XX en Ecuador fue que la sociedad ecuatoriana valorara las luchas y creciera el conocimiento de las raíces ancestrales. Esto se dio en gran medida porque los indígenas no se levantan únicamente en función de las reivindicaciones de las 14 nacionalidades y 18 pueblos aglutinados en la Conaie, sino en favor de los derechos de todos los ecuatorianos y ecuatorianas.
Pero este proceso revolucionario no cuajó como tal: logró profundas transformaciones en la conciencia social y en la formas institucionalizadas del poder, pero no pudo poner en práctica el contenido del proyecto civilizatorio indio. Las bases económicas del poder siguen intactas, las reinvindicaciones siguen intactas: tierra, agua, territorios, soberanía.
Veinte años después, las luchas indígenas constituyen batallas políticas, antineoliberales, anticapitalistas y en defensa de la vida, por el acceso a la tierra y al agua, por el derecho a los territorios y a la soberanía.
Los “levantamientos indígenas” son una constante durante los últimos años, adquieren diversas formas y manifestaciones, pero el punto nodal sigue siendo el mismo: la defensa de la comunidad como modelo de sociedad. Ésta sigue siendo la fuerza del tejido político de la resistencia y al mismo tiempo el punto que el capitalismo necesita destruir.
Como en los años ‘90, hoy los levantamientos, movilizaciones, paros, son una forma de hacerse escuchar y como en los años ’90, el gobierno de Rafael Correa apela al racismo, a la diferencia y la falta de respeto a los derechos de las nacionalidades indígenas. El gobierno claramente se opone a un Ecuador multidiverso, multilingüe, multicultural y plurinacional. Por ello debemos rechazar el afán de desprestigiar al movimiento indio del Ecuador, el mismo que ha sido reconocido por ser una de las organizaciones más poderosas en función de los derechos colectivos de los pueblos y ejemplo e inspiración para muchos movimientos a nivel mundial.
Si el levantamiento de 1990 hizo visible el problema de la tierra y los territorios, ahora, el levantamiento del 2010 se empata con la defensa del agua para la vida y la defensa de las comunidades. Ambos son parte de un proceso de resistencia de más de 500 años. Ángel Bonilla, 20 años que son 500 y más, Biodiversidad, 3 de julio, 2010.

Somos negados en esa patria nuestra, somos negados en la construcción de las leyes, somos negados en construir ese Estado intercultural y plurinacional. Pero somos los primeros en defender la madre patria en todos los conflictos que los señores gobernantes han hecho. Hoy vuelven los tiempos de la liberación humana y de la madre tierra, la liberación de la democracia atrapada por los vende-patrias, atrapada por quienes se sientan en mesas redondas con empresas transnacionales a vender, el oro, el petróleo, la selva, aquéllos que siguen ofendiendo la soberanía de la nación. Vuelven los tiempos nuevos de esperanza, vuelven los tiempos de la libertad. Allí decimos: somos pueblos y nacionalidades originarias de este Ecuador plurinacional.
En 1990 fuimos niños, muchos caminamos con nuestros padres hasta la capital, ahora somos esa esencia. Hijos de aquellas madres que ya no lloran por la libertad de sus hijos, hijos de aquellos padres que desde la infinita eternidad están viendo con orgullo que los hijos seguimos los caminos que emprendieron, la ruta que encaminaron. Ahora aunque quieran quitar la historia, la razón de nuestra existencia, somos miles y nunca podrán apagar nuestra esencia, nuestra existencia.
El 30 de septiembre del 2009, murió Bosco Wisuma en la Amazonia, durante el gobierno de Rafael Correa Delgado por defender el derecho al agua y no a la minería, en su madre tierra.
Señores gobernantes: vendrán otros a seguir gritando. Mientras haya una voz en la Selva, en los Andes, en la Costa, pidiendo justicia, derecho, libertad seguirá existiendo la luz de la rebeldía.Por eso decimos todos los jóvenes de los pueblos y nacionalidades indígenas y populares:somos hijos de la rebeldía porque así nos han hecho que seamos. Marlon Santi, presidente de Conaie, 28 de mayo de 2010

Como nos han advertido los sabios y eruditos, la historia no sólo está hecha por los vencedores. También tiene su contraparte. Aunque se quiera olvidar, por las venas del pueblo triqui corre sangre de dignidad y hay una profunda raíz y una larga historia de resistencia, trabajo y organización. Así lo ha demostrado en el pasado en su lucha contra cualquier cacicazgo. Conviene recordar el trabajo organizado que desde 1970 empezaron un puñado de líderes triquis coordinados después por Paulino Martínez Delia, asesinado el 23 de marzo de 1990.
Basados en sus más antiguas tradiciones, a principios de 2007 decidieron dar el paso histórico de crear el municipio autónomo de San Juan Copala como el mejor camino para recuperar su autonomía y buscar la reconstitución integral de las comunidades y barrios de la parte baja del pueblo triqui. Así, fundados en sus propias normas y costumbres ancestrales, recrearon un sistema de autogobierno indígena que tuviese la capacidad de sentar las bases para lograr la paz en la región y construir un proceso de crecimiento y desarrollo conforme a su cultura e identidad.
Sin duda, esta iniciativa ha sido un parteaguas en la historia de la región. Los triquis han dejado en claro que ya no están dispuestos a aceptar cualquier estructura política, jurídica y económica que les sea ajena y que sea producto de la imposición. Se han asumido como los sujetos colectivos de sus propias decisiones, y decidieron quitarse cualquier atadura y ser dueños de su propia historia y destino.
Por la magnitud y alcance de esta decisión, las respuestas de quienes históricamente han controlado y explotado esta región no se hicieron esperar: descalificación, chantaje, persecución y hasta el uso de la violencia en todas sus formas, como el caso reciente. Se ha persistido en la lógica de la agresión y no se ha entendido que los sueños de libertad de un pueblo nada ni nadie los podrá destruir. [Recordemos que el 27 de abril, en el paraje Los Pinos, de la Sabana Copala, integrantes de la Unión de Bienestar Social para la Región Triqui emboscaron a una caravana de observación por la paz que llevaba ayuda humanitaria al municipio autónomo de San Juan Copala, sitiado por paramilitares, y ahí perdieron la vida dos activistas en derechos humanos —la mexicana Beatriz Cariño Trujillo, del Centro de Apoyo Comunitario Trabajando Unidos (Cactus) y el finlandés Jyri Jaakkola.]
Por eso, además de atender urgentemente la exigencia de que haya justicia en la región para sancionar a los autores intelectuales y materiales de los crímenes cometidos ayer y hoy, la solución pasa necesariamente por el reconocimiento y respeto, en la ley y los hechos, del proceso de autonomía triqui, tanto en el nivel de los barrios y comunidades, así como en el ámbito municipal y muy especialmente en el contexto de la región. Adelfo Regino Montes, Pueblo triqui en lucha por la autonomía, La Jornada, 15 de mayo de 2010.

Actualmente el capitalismo salvaje y las familias más poderosas que gobiernan nuestro país, con el modelo patriarcal heredado desde la invasión y con la colonización de los países desarrollados, basados en su lógica de “desarrollo”, “progreso” y acumulación desmedida, separan al ser humano de la madre tierra y establecen la explotación indiscriminada del agua, la tierra, las minas, el genoma humano, el oxigeno, los saberes ancestrales, las semillas y los cultivos propios, la biodiversidad, convirtiéndolo todo en mercancía y exponiendo en las vitrinas internacionales para vender al mejor postor, acelerando de esta manera la destrucción de los elementos más vitales que componen nuestros territorio y la madre naturaleza, y por ende la desaparición no solamente de los pueblos y naciones milenarias, sino también de todos los seres humanos, con el avasallamiento de todos sus derechos, la vida, dignidad y las libertades.
[…] Pero a estas justas luchas de los pueblos y las naciones, los gobiernos siempre han respondido de la peor manera, silenciándonos con la muerte, el genocidio, el etnocidio, las amenazas, el desplazamiento, la discriminación, la xenofobia, la censura, tal como lo están haciendo hoy con la política de “seguridad democrática”, criminalizando nuestra palabra, promulgando leyes que tienen como fin acabarnos. Las voces de nuestros pueblos y organizaciones que movilizan a favor de los derechos humanos y de la vida, son perseguidas con la complicidad del gobierno colombiano, porque en este país quienes ejerzan el derecho a la disensión y a la oposición son catalogados objetivo militar.
El proceso de generalización y profundización del conflicto armado en que se debate Colombia hoy se ha convertido en una guerra de dominio territorial por parte de los diferentes actores armados, produciendo la mayor parte de victimas en la población civil, de la cual no escapamos los pueblos originarios, por medio de masacres, desplazamientos forzados, destrucción de poblados, violación de nuestro Derecho Mayor, de los derechos fundamentales de los pueblos y del derecho internacional humanitario.
En este contexto de guerra emergemos los pueblos originarios que reclamamos y exigimos a los actores del conflicto armado el respeto a nuestros planes de pervivencia, al territorio, a nuestras autoridades, autonomía, identidad y cultura. Que no se nos involucre en el conflicto, como principio fundamental de resistencia de nuestros pueblos al aniquilamiento. Estas expresiones de autonomía de los pueblos originarios deben ser consideradas como experiencia de resistencia, no sólo justas sino válidas y entendidas como mecanismos de defensa no violenta ante cualquier forma de agresión que provenga, ya sea del Estado colombiano, del sistema capitalista, de los actores armados y de la sociedad mayoritaria. Por lo tanto reiteramos que los pueblos originarios hemos sido y seguimos siendo objeto de todo tipo de agresiones violentas y no violentas.
Hoy nuestra lucha y nuestra posición política es independiente del Estado y el gobierno, y de los actores armados, porque esas confrontaciones no resuelven ni nos representan nada. No somos trofeos de guerra, ni de unos ni de otros. No permitimos que se nos exhiba como ganancias políticas de unos o de otros. Sabemos muy bien contra qué y contra quién tenemos que luchar, qué y a quién podemos apoyar.
La nuestra es una lucha por la vida, la dignidad, la libertad, principalmente con el pensamiento propio, sin dejar de apoyar las luchas del pueblo colombiano, pues con mucha claridad hemos respaldado y respaldamos a los sectores populares del pueblo colombiano en sus luchas por sus derechos políticos y sociales.
Después de 200 años de ensayos y fracasos del sistema político colombiano por construir un país y un estado social de derecho incluyente, la Nación Originaria Misak propone: la defensa de la autonomía y la soberanía de nuestros pueblos, de la madre naturaleza, de nuestros territorios y sus autoridades, la no violencia, y la construcción de políticas justas y la equidad para toda la sociedad mayoritaria colombiana [que se traduce en una defensa de los territorios como imprescriptibles, inalienables e inembargables; un NO a la concesión para explotar los recursos minerales y naturales, y a cualquier saqueo del subsuelo, por parte de las transnacionales y multinacionales en alianza con el gobierno colombiano en esos territorios ancestrales; un NO a la privatización del agua, un NO a los tratados de libre comercio con la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos; una defensa de las semillas y los cultivos ancestrales, de la biodiversidad, los conocimientos y saberes ancestrales (que son inalienables); un NO a los transgénicos y los monocultivos; un NO a la privatización o individualización de las comunidades agrarias; un NO a las contrarreformas de los derechos de los pueblos indígenas plasmados en la Constitución de 1991, a la intervención y al desquebrajamiento de la soberanía colombiana con la implantación de las bases militares extranjeras; un NO a la militarización de los territorios ancestrales y a los cobros de energía eléctrica y otros servicios públicos, entre otras reivindicaciones plasmadas en el documento completo].
[…] Por lo anterior, todos debemos convertirnos en trabajadores y constructores incansables de la unidad entre los pueblos. Ante las amenazas de perder nuestros territorios y todos los derechos que hemos conquistado, estamos obligados a hacer a un lado los intereses personales, de grupo o de organización y poner por encima los intereses de nuestros pueblos, anteponiendo lo común que nos une. En todo nuestro trabajo, debemos ser profundamente respetuosos de las decisiones de las comunidades y de nuestros pueblos, así tengamos discrepancias en todo o en parte. Podemos y debemos ser respetuosos sin abandonar la crítica sobre los errores y lo que no estamos de acuerdo. Documento final de la marcha Por la Dignidad y la Pervivencia de los Pueblos, la Nación Originaria Misak en Movimiento, 19 de julio de 2010

Las nuevas prácticas políticas emergidas con fuerza de las resistencias y luchas de los movimientos sociales han conformado una nueva militancia capaz de concertar voluntades diversas y dispersas, de dedicar parte de su tiempo a tareas de capacitación para que las mayorías puedan participar con protagonismo creciente desplegando al máximo sus potencialidades. Es una militancia consecuente con las propuestas que levanta, impuesta de que los desafíos transformadores no son tarea de élites mesiánicas, sino que reclaman la participación protagónica plena de las mayorías conscientes. Esto habla de diversidades que habrán de articularse y conjugarse, de pluralidad de cosmovisiones, de horizontalidad en las interrelaciones y miradas, de un nuevo tipo de organización y poder que se construye desde abajo, con el protagonismo de los —tradicionalmente considerados— de abajo.
Esto modifica de raíz lo que hasta ahora se suponía era la “razón de ser” y actuar del militante: llevar las ideas y propuestas del partido hacia el pueblo y sus organizaciones, aceptando la hipótesis de que la misión histórica de las masas populares es la de organizarse para actuar como “fuerza material” capaz de realizar (materializar) el programa elaborado por el partido político (auto)considerado vanguardia.
[…] Se trata de ir configurando en las prácticas una pedagogía de la nueva praxis política, aportando valiosos ejemplos para la conformación de un nuevo tipo de militancia solidaria, autónoma, consciente, responsable, participativa, constructora y concertadora de la participación desde abajo, en sus comunidades, con sus compañeros/as en su sector de trabajo, en el campo, en la universidad, en el ámbito donde actúe, en la vida familiar, y en la organización social o política en que participe. Isabel Rauber, “Nuevo tipo de militancia”, Alai amlatina, 14 de junio de 2010

En estos veinte años han cambiado muchas cosas, para bien y para mal. Si vemos la ofensiva del modelo neoliberal, la ofensiva de las corporaciones, la transnacionalización del capital en la agricultura, ha habido muchos cambios. La tierra está más concentrada. Hubo y continúa una fuerte expulsión desde el campo. Las transnacionales están controlando el proceso agrícola completo, desde las semillas hasta el comercio al menudeo. La situación es más dura, porque ha aumentado la pobreza en el campo, con el impacto de las políticas neoliberales y de las políticas de asistencialismo en el campo. En lugares como Brasil ha aumentado el trabajo esclavo y en todas partes aumenta la contaminación, los monocultivos y todo lo que significa el modelo.
Pero en estos veinte años vemos que ha crecido el movimiento campesino. Hemos construido un movimiento continental que es la CLOC y un movimiento mundial que es la Vía Campesina. Y sin duda ésa es la fortaleza de estos últimos veinte años. Hemos logrado que la lucha en el campo, la lucha por la tierra, la lucha por la reforma agraria, por garantizar las semillas nativas, por los mercados locales, hayan dejado de ser luchas exclusivamente campesinas y se hayan convertido en luchas de toda la sociedad. Ése es el gran avance de estos últimos veinte años: la articulación entre el campo y la ciudad. La lucha por la defensa de la tierra, de los bienes de la naturaleza, no es una lucha de los pueblos del campo, es una lucha de toda la humanidad, es una lucha de toda la sociedad. Frente a todas las crisis del capital, se han fortalecido todas nuestras banderas históricas, como la reforma agraria, la soberanía, la defensa de la tierra y de la vida. Hoy se habla de la necesidad de cambiar el modelo de producción y de consumo y queda claro que el principal responsable de todos los desastres y del empobrecimiento es el modelo capitalista y por eso hay que cambiarlo. Itelvina Masioli, Movimiento de los Sin Tierra, Brasil, entrevista con GRAIN, 2010.

La mayoría de nosotros somos productores y productoras de alimentos y estamos dispuestos, somos capaces y tenemos la voluntad de alimentar a todos los pueblos del mundo. Nuestra herencia como productores de alimentos es fundamental para el futuro de la humanidad. Éste es particularmente el caso de mujeres y pueblos indígenas que son creadores de saberes ancestrales relacionados con los alimentos y la agricultura, y que son subvalorados.
La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sustentable y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto pone a aquéllos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas alimentarios con sus políticas, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas. Defiende los intereses de las futuras generaciones. Nos ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el libre comercio corporativo y el régimen alimentario actual, y para encauzar los sistemas alimentarios, agrícolas, pastoriles y de pesca para que pasen a estar gestionados por los productores y productoras locales. La soberanía alimentaria da prioridad a las economías locales y a los mercados locales y nacionales, y otorga el poder a los campesinos y a la agricultura familiar, la pesca artesanal y el pastoreo tradicional, y coloca la producción alimentaria, la distribución y el consumo, sobre la base de la sustentabilidad ambiental, social y económica. La soberanía alimentaria promueve el comercio transparente, que garantiza ingresos dignos para todos los pueblos, y los derechos de los consumidores para controlar su propia alimentación y nutrición. Garantiza que los derechos de acceso y gestión de nuestra tierra, de nuestros territorios, nuestras aguas, nuestras semillas, nuestro ganado y la biodiversidad, estén en manos de aquéllos que producimos los alimentos. La soberanía alimentaría supone nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades entre los hombres y mujeres, pueblos, grupos raciales, clases sociales y generaciones. Declaración de Nyeleni, primero de marzo de 2007.

Tenemos que seguir organizados para poder cambiar la situación de crisis climática que tenemos. La agricultura campesina indígena es un gran paso para cambiarla y el Movimiento Nacional Campesino Indígena es uno de éstos que están tratando de cambiarla. Queremos que mucha gente se involucre en esta lucha, que es la de la reforma agraria y la soberanía alimentaria. Con este cambio climático el pueblo es el que sale perjudicado. Nos parece muy importante hablar sobre la soberanía alimentaria, sobre cómo cuidar las semillas, la cuestión de los derechos campesinos e indígenas. Carolina Araya, Movimiento Nacional Indígena Capesino, Argentina, entrevista con Raquel Schrott y Ezequiel Miodownik, www.biodiversidadla.org

En Mozambique, tras la liberación, en los primeros años de los ochenta, había muchos campesinos involucrados y las políticas estaban estrechamente ligadas al movimiento de liberación. Era parte de la lucha de clases. Desde entonces, se ha barrido con todas las ideologías y el pensamiento está fuertemente orientado al mercado. No hay ideología en el mercado. África ha sufrido un enorme empobrecimiento y hay una nueva clase que se benefició de los cambios estructurales dictados por el Banco Mundial. Los movimientos, sindicatos y organizaciones campesinas, se han vuelto muy débiles, a menudo coptados por el gobierno. Tienen muy poco espacio propio donde su voces sean reconocidas.
Pero en los últimos cinco años, hay un nuevo movimiento campesino que surge entre el campesinado más pobre. El sufrimiento extremo de los campesinos en las áreas rurales los ha conducido a una nueva forma de lucha. Surge ahora una nueva era para los movimientos.
Los movimientos sociales deben permanecer independientes y obtener su poder político desde la gente. Debieran ser desafiantes y alzar mucho la voz, concentrarse en los derechos básicos de los agricultores. No debieran permanecer en la periferia sino involucrarse con el núcleo de lo político, transformar las políticas para promover transformaciones radicales de la sociedad. Diamantino Nhampossa, Unión Nacional de Campesinos de Mozambique (UNAC), entrevista con GRAIN, 2010.

Un año después, la Masacre de Bagua sigue siendo central en nuestra reflexión. Porque nos mostró, principalmente, el valor de la manera en que los pueblos indígenas tomamos decisiones, que es el único modo de construir una verdadera unidad. Y también porque graficó el nulo respeto por la vida y por los derechos de parte del gobierno, capaz de matar para favorecer la invasión a nuestros territorios y el saqueo de nuestros bienes naturales por parte de las multinacionales. Bagua nos demostró también la vigencia y el protagonismo político del movimiento indígena andino y amazónico en el Perú.
Otra de las lecciones de Bagua es que los derechos no se demandan, los derechos se ejercen. Y los pueblos indígenas tenemos derecho a la autodeterminación, que significa mantener nuestras formas ancestrales de relación con la Madre Tierra, con nuestros territorios, nuestras propias formas de gobernarnos, de elegir y ejercer la autoridad. Donde las decisiones se toman en las comunidades, por consenso, y nuestros apus cumplen el mandato de sus pueblos. Miguel Palacín Quispe, Perú: las lecciones de Bagua, Alaiamlatina, 4 de junio de 2010

Rechazamos enérgicamente la siembra de maíz transgénico en México. Exigimos que se detenga el cultivo, experimentación, investigación, comercialización y consumo de transgénicos en territorio mexicano. Es un crimen histórico contra los pueblos del maíz, contra la biodiversidad y contra la soberanía alimentaria, contra diez mil años de agricultura campesina e indígena que legaron esta semilla para el bien de todos los pueblos de mundo.
Exigimos que se declare como centro de origen y de diversidad todo el territorio nacional y se apoye la producción nacional y autónoma de semillas y por lo tanto una moratoria histórica del maíz GM en México. Exigimos respeto al derecho a la soberanía alimentaria que parte de nuestra autonomía, costumbres, culturas, tradiciones y prácticas agrícolas.
Rechazamos la certificación, registro o patente de cualquier tipo para las semilla o seres vivos. Por el contrario exigimos que se respete el libre intercambio de nuestras semillas como lo hemos hecho desde tiempos inmemoriales sin necesidad de paquetes tecnológicos.
Que se detenga la criminalización a la forma de vida campesina que se lleva a cabo a través de legislación hecha a favor de los intereses empresariales. Rechazamos la “Ley Monsanto”, su reglamento y cualquier otra forma de criminalización de las semillas campesinas.
Rechazamos el monitoreo gubernamental de las milpas campesinas, porque es usado como pretexto para eliminar aún más semillas campesinas.
Nos comprometemos y llamamos a todas las comunidades y pueblos indígenas y campesinos a defender las semillas nativas y a continuar sembrando, guardando, intercambiando y distribuyendo sus semillas propias, así como a ejercer el derecho sobre sus territorios e impedir la siembra de maíz transgénico.
Seguiremos defendiendo la autonomía de nuestros pueblos, la comunidad, las asambleas y su autogobierno, cuya base fundamental es el territorio y el cultivo del maíz nativo como parte de nuestra vida.
Llamamos a la población a exigir que todos los alimentos que comemos diariamente garanticen estar libres de transgénicos.
Llamamos a los organismos internacionales a condenar al gobierno de México por esta violación a los derechos ancestrales de los campesinos, a la biodiversidad, a la soberanía alimentaria y al principio de precaución en centros de origen de un cultivo básico para la alimentación y economía mundial. Algunos argumentos de dos declaraciones de la Red en Defensa del Maíz, México, 11 de julio de 2008 y 8 de mayo de 2009 suscritos por más de 2 mil organizaciones campesinas, sociales, académicas y ONG del mundo.

El acaparamiento de tierras debe terminar de inmediato. Los principios del BM pretenden crear la ilusión de que se pueden evitar las consecuencias desastrosas. Las organizaciones campesinas y de pueblos indígenas, los movimientos sociales y los grupos de la sociedad civil están ampliamente de acuerdo en que lo que realmente necesitamos es mantener la tierra en manos de las comunidades locales e implementar una reforma agraria genuina, con el fin de asegurar un acceso equitativo a la tierra y a los recursos naturales. Apoyar fuertemente la agricultura campesina, la pesca y el pastoreo agroecológicos de pequeña escala, incluyendo capacitación e investigación participativa, de manera que los/as proveedores/as de alimentos puedan producirlos de manera abundante, sana y segura para todos/as. Cambiar profundamente las políticas agrícolas y comerciales con el fin de adoptar la soberanía alimentaria y apoyar los mercados locales y regionales en los que la gente pueda participar y beneficiarse de ello. Promover sistemas agrícolas y alimentarios basados en el control local de las comunidades sobre la tierra, el agua y la biodiversidad. Implementar efectivamente regulación obligatoria y estricta que limite el acceso de las corporaciones y otros actores poderosos tanto gubernamentales como privados a tierras agrícolas, de pastoreo, costeras, boques y humedales. Vía Campesina, FIAN, land research Action Network, GRAIN+ más de cien organizaciones sociales por todo el mundo, Detengamos de inmediato el acaparamiento de tierras, declaración contra los principios promovidos por el Banco Mundial, abril de 2010.
Los pueblos indígenas de México se hicieron visibles el Año Nuevo de 1994, y obligaron a escuchar al país entero gracias al legendario “ya basta” de los zapatistas cuando le dieron una vuelta de tuerca a la historia, se alzaron en armas y dijeron aquí estamos. Nunca antes los pueblos indígenas del país, sus demandas y manifestaciones civilizatorias tomaron el centro del debate nacional. La sociedad nacional supo que había mucho que aprender de los pueblos indios. Los de ascendencia maya y todos los demás.
Gracias a los zapatistas, en la izquierda desmoronada tras el colapso del muro de Berlín renació algo más que una esperanza. México y otros países dieron a luz una generación de activistas y pensadores sociales expuestos a nuevas ideas de liberación y democracia, y nuevas formas de expresar las viejas buenas ideas.
Los indígenas se volvieron extrovertidos, dejaron de pedir, determinados a exigir y resistir. El epicentro de su onda expansiva fue la recuperación de las tierras acaparadas por finqueros y ganaderos que despreciaban a los pueblos, y a sus peones, acasillados o no. Ya bullía un despertar histórico de los pueblos mayas en Chiapas cuando, gracias a los zapatistas, miles de familias indígenas ocuparon la tierra para ocuparse de ella. Se habla de 700 mil hectáreas. Buena parte benefició a los que no eran zapatistas; mas, gracias a su movimiento, los pueblos rebeldes, en particular en la selva Lacandona, al fin tuvieron donde crecerse y vivir bien, con dignidad. México descubrió que la dignidad es un atributo profundo de nuestros pueblos. Por una vez, el vergonzante racismo mexicano chocó de frente con el espejo.
Los zapatistas han dicho, desde el principio, las cosas por su nombre. “Nos enseñaron a hablar con la realidad”, admitió alguna vez Carlos Monsiváis. Momentos culminantes, como la comandanta Esther hablando al Congreso y al país, imprimieron en la conciencia nacional la legitimidad indeleble de las exigencias indígenas y la transformación revolucionaria de sus mujeres.
Gracias a los zapatistas, el concepto latinoamericano de guerrilla —y su larga cauda de dolor— dio paso a algo nuevo, y a la vez tan viejo como la civilización: un ejército campesino. Éste, comprometido con la vida, sus pueblos y la liberación nacional desde una insospechada lucidez. Mientras, la sociedad civil se percataba de su propia existencia.
Han demostrado que las paradojas son una forma inquietante de decir la verdad: para todos todo, nada para nosotros/mandar obedeciendo/buen gobierno/un mundo donde quepan muchos mundos/un ejército destinado a dejar de ser ejército. La suya ha sido una sólida paz armada, también inédita y casi milagrosa, pues ocurre sitiada y combatida con “baja intensidad” por la masiva fuerza de ocupación militar del gobierno federal.
Gracias a los zapatistas, por ejemplo, ahora que el país arde en llamas, y sobre todo en miedo (esa “percepción”), Chiapas es una de las entidades más pacíficas. Dicho de otro modo, la desesperada “guerra” gubernamental contra el crimen organizado, beligerante y bien armado, no se libra en Chiapas, porque allí sí hay gobierno en las comunidades. Donde están los municipios autónomos y sus “áreas de influencia” hay muchas cosas, pero no crimen organizado.
Gracias a los zapatistas, en esos territorios sí hay leyes, y se cumplen, aunque los tres poderes de la Unión y los partidos políticos traicionen su palabra siempre que les es necesario. La construcción de la autonomía de los pueblos generó cambios significativos en educación, salud, participación política, organización colectiva. Esfuerzo que no sería posible sin la constancia de las tropas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Gracias a los zapatistas, escritores, pensadores, dirigentes, artistas, fortalecieron la base intelectual de sus posiciones políticas y éticas en América y Europa. La crítica, y de ahí las resistencias contra la nueva etapa del capitalismo y el imperialismo, el neoliberalismo en la era de la globalización, encontró en los zapatistas el impulso definitivo, cuyo pensamiento para la acción se ha desarrollado y elaborado en los escritos del subcomandante Marcos y en las entrevistas más reflexivas de las decenas, quizá cientos, que después de 1994 le hicieron investigadores, periodistas y escritores del mundo.
Las grandes movilizaciones contra el comercio mundial hace una década supieron aprovechar no sólo el mensaje, también la experiencia, en lo que hoy se llaman redes sociales. Los actos y encuentros zapatistas inspiran actos, encuentros, organizaciones y luchas alrededor del mundo. Vamos, gracias a los zapatistas, bandas súper potentes del rock mundial encontraron nuevas cosas gruesas que cantar.
La palabra recuperó su condición de verdad, que la práctica política le había arrebatado en México. Y así como su voz es un arma, un escudo, una fuente, los zapatistas también han enseñado el significado del silencio.

Hermann Bellinghausen, “Gracias a los zapatistas”, La Jornada, 17 de mayo de 2010.

Author: Hermann Bellinghausen