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Es necesario cambiar la política alimentaria ¡ya!

by GRAIN | 22 Jul 2008

GRAIN

Abril de 2008. Hace varios meses que el alza del costo de los alimentos en todo el mundo se abate sobre familias, gobiernos y medios de comunicación. El trigo aumentó su precio 130% en el último año. El del arroz se duplicó en Asia, tan sólo en los últimos tres meses, y alcanzó aumentos récord en el mercado de entregas diferidas o “de futuros” en Chicago. El aumento rampante de aceite comestible, frutas y verduras, lácteos y carne, provocó un menor consumo casi todo 2007. De Haití a Camerún pasando por Bangladesh, la gente se lanza a las calles con rabia de no poder comprar la comida que necesita. Ante el temor de agitación política algunos líderes mundiales reclaman más ayuda alimentaria, más fondos y tecnología para aumentar la producción agrícola. Los exportadores de cereales cierran sus fronteras para proteger sus mercados internos, mientras otros se ven forzados a comprar por el pánico a la escasez. ¿Auge de precios? No. ¿Escasez de alimentos? Tampoco. Es un colapso estructural, consecuencia directa de treinta años de globalización neoliberal.

En 2007, hubo en todo el mundo una producción récord de 2300 millones de toneladas de granos, un 4% más que en 2006. Desde 1961, la producción mundial de cereales se ha triplicado, mientras que la población se duplicó. Se produce suficiente cantidad de alimentos en el mundo aunque las reservas estén en el nivel más bajo de los últimos treinta años.

Sin embargo, no llegan a quienes los necesitan. Menos de la mitad de la producción mundial de granos es consumida directamente por las personas. La mayor parte es para consumo animal

y cada vez más para biocombustibles —en las inflexibles y enormes cadenas industriales. Traspasada la fría cortina de las estadísticas, algo entonces está muy mal con nuestro sistema alimentario: permitimos que los alimentos sean transformados a simple mercancía para la especulación y el regateo. Es muy obvia la ganancia de los inversionistas por encima de lo que necesita la gente.

Las realidades del mercado. Los promotores de las políticas que modelaron el actual sistema mundial alimentario —y que tendrían que ser responsables de evitar tales catástrofes— dan explicaciones sobre la crisis muy sobadas: la sequía y otros problemas que afectan las cosechas, el aumento de la demanda en China e India donde la gente parece alimentarse más y mejor, grandes cultivos y enormes tierras se destinan a los agrocombustibles. Y no hay duda que los especuladores inflan los precios. Todo esto contribuye a la actual crisis alimentaria pero no es suficiente para explicar su profundidad. Hay algo más importante detrás. Algo que une todos estos temas y que los popes del mundo de las finanzas y el desarrollo mantienen fuera de la discusión pública.

Ya no es posible ocultar que la actual crisis alimentaria resulta de tanto presionar hacia el modelo agrícola de la “Revolución Verde” desde 1960 y de la liberalización del comercio y las políticas de ajuste estructural impuestas a los países pobres por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a partir de 1970. Recetas que fueron reforzadas a mediados de los noventa por la Organización Mundial del Comercio y, en fechas más recientes, mediante un fárrago de acuerdos bilaterales de libre comercio e inversión —y que desmantelaron de modo implacable los aranceles y otros instrumentos con que los países en desarrollo protegían su producción agrícola local—, y los forzaron a abrir sus mercados y tierras a la agroindustria global, a los especuladores y a las exportaciones de alimentos subsidiados procedentes de los países ricos. En el proceso, las tierras fértiles fueron reconvertidas de producir alimentos para abastecer un mercado local, a producir bienes de consumo mundiales para exportación o cultivos fuera de temporada y/o de alto valor para los supermercados occidentales. Hoy, 70% de los llamados países en desarrollo son importadores netos de alimentos. De los 845 millones de personas con hambre en el mundo, 80% son campesinos o pequeños productores. La readecuación del crédito y de los mercados financieros para crear la enorme industria de la deuda, sin control sobre los inversionistas, extremó el problema.

La política agrícola no busca alimentar a la gente. El hambre hiere y la gente desespera. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas calcula que hay unas 100 millones de personas adicionales que ya no pueden pagar sus alimentos por la espectacular alza de precios. Los gobiernos intentan, desesperados, cómo protegerse. Los afortunados con existencias para exportar se retiran del mercado mundial para deslindar sus precios internos de los astronómicos precios internacionales. La prohibición de exportar trigo o las restricciones aplicadas en Kazajastán, Rusia, Ucrania y Argentina, significan que un tercio del mercado mundial fue clausurado. Con el arroz es aún peor. China, Indonesia, Vietnam, Egipto, India y Camboya han prohibido o restringido las exportaciones, dejando pocas fuentes de suministro para exportar. Países como Bangladesh ni siquiera pueden comprar el arroz que necesitan debido al alto precio. Después de que por años el Banco Mundial y el fmi aconsejaran a los países que un mercado liberalizado les aportaría mayor eficiencia en la producción y distribución de alimentos, los países más pobres se encuentran inmersos en una intensa puja contra especuladores y comerciantes, que gozan de una verdadera época de bonanza. Los fondos de cobertura y otras fuentes de fondos especulativos vuelcan miles de millones de dólares a las llamadas commodities, para escapar de los resbaladizos mercados de valores y la contracción del crédito. Las existencias de alimentos se alejan del alcance de los pobres.

Según algunos cálculos, los fondos de inversión controlan ahora entre 50% y 60% del trigo comercializado en los más grandes mercados mundiales. Se calcula que los montos en la especulación de las entregas diferidas de exportaciones —mercados donde no se compra o vende un artículo tangible, como arroz o trigo, sino donde sólo se le apuesta a la variación del precio— trepó de 5 mil millones de dólares en 2000 a 175 mil millones de dólares en 2007.

La situación es insostenible y nada accidental. Miren a Haití. Antes era autosuficiente en arroz. Pero las condiciones de los préstamos externos, en particular un programa del fmi de 1994, lo forzó a liberalizar su mercado. Estados Unidos inundó Haití con arroz barato, con el apoyo de subsidios y corrupción, y la producción local quedó devastada. Los precios del arroz aumentaron 50% en un año, y el haitiano medio no puede pagarlo. Ahora salen a la calle o arriesgan su vida en los viajes en bote a Estados Unidos. Las protestas por la crisis alimentaria también proliferan en África Occidental, de Mauritania a Burkina Faso. También allí los programas de ajuste estructural y el dumping de la ayuda alimentaria destruyeron una larga historia de producción regional de arroz, dejando a la gente a merced del mercado internacional. En Asia, el Banco Mundial le remachó a Filipinas que la autosuficiencia en arroz era innecesaria, que el mercado mundial se haría cargo de sus necesidades. Ahora el gobierno está en situación desesperada: las reservas nacionales de arroz subsidiado casi se agotaron, y no puede cubrir sus pagos por importaciones ya que los precios que exigen los comerciantes son demasiado altos.

El crimen de especular con el hambre. Nunca como ahora es tan obvia la cruda verdad de quién se beneficia en el sistema alimentario mundial. Tomemos el elemento más básico de la producción agrícola: el suelo. El sistema alimentario industrial promueve que los suelos sean drogadictos de fertilizantes químicos. Necesitan más y más del químico para mantenerse vivos, lo que los erosiona, destruyendo su potencial de lograr rendimientos. Entre 1992 y 2003, el uso de fertilizantes aumentó 3% anual en la región AsiaPacífico, mientras que el rendimiento del principal cultivo al cual se aplicaron, el arroz, sólo creció un 0.7% anual. En el contexto actual de ajustadas existencias de alimentos, la pequeña camarilla de empresas que controlan el mercado mundial de fertilizantes puede cobrar lo que quiera —y eso es exactamente lo que hace. Las ganancias de Mosaic Corporation, empresa de Cargill que controla gran parte de la oferta de potasa y fosfato, aumentaron más del doble el año pasado. La mayor empresa productora de potasa del mundo, Potash Crop, de Canadá, ganó más de mil millones de dólares, lo que equivale a más de 70% con relación a 2006. Enfrentados al pánico de la crisis mundial, los gobiernos deseperan por aumentar sus cosechas, con lo cual le dan a esas empresas la potestad de subir sus precios. En abril de 2008, la filial comercial dislocada de Mosaic y Potash aumentó los precios de la potasa en 40% para los compradores del sudeste asiático y en 85% para los de América Latina. India tuvo que pagar 130% más que el año pasado. China se llevó la peor parte, fustigada con un alza de un 227% en su cuenta de fertilizantes con respecto al año anterior.

Si bien es desmedido el lucro con los fertilizantes, para Cargill es tan sólo un negocio secundario. Sus mayores ganancias provienen del comercio mundial de exportaciones agrícolas, que monopoliza junto con algunas otras empresas gigantes. En abril, Cargill anunció que las ganancias que obtuvo por dichas exportaciones en el primer trimestre de 2008 aumentaron 86% con respecto al mismo periodo el año anterior. Greg Page, presidente de Cargill y uno de sus principales ejecutivos declaró: “Los aumentos de los precios están alcanzando nuevas marcas y los mercados son volátiles en extremo”.

Con su posición casi monopólica y un equipo mundial de analistas, Cargill tiene las dimensiones de un organismo de las Naciones Unidas. En realidad, todos los grandes comerciantes de granos están logrando ganancias récord. Bunge, otro gigante de los alimentos, tuvo en el último trimestre fiscal de 2007 un aumento en sus ganancias de 245 millones de dólares, o 77%, con respecto al mismo periodo el año anterior. adm, el segundo mayor comerciante de granos del mundo, logró aumentar 65% en sus ganancias de 2007, llegando a un récord de 2200 millones de dólares.

Charoen Pokphand Foods, de Tailandia, importante empresa asiática anuncia este año un aumento impresionante de sus ingresos, que calcula en 237%.

Las grandes procesadoras mundiales de alimentos, algunas de las cuales comercializan, también se llenan los bolsillos. Las ventas mundiales de Nestlé crecieron 7% el año pasado. “Lo vimos venir, así que nos protegimos comprando materias primas por anticipado”, dice FrançoisXavier Perroud, vocero de Nestlé. Los márgenes suben también en Unilever. “Las presiones aumentan radicalmente, pero logramos compensarlas con medidas en los precios adoptadas oportunamente”, dice Patrick Cescau, del Directorio de Unilever. “No sacrificaremos nuestros márgenes ni nuestra participación en el mercado”. Las empresas de alimentos no parecen sacar su tajada a costa de las grandes empresas de venta al público. El rey de los supermercados del Reino Unido, Tesco, aumentó sus ganancias 12.3% con respecto al año anterior. Otros grandes almacenes, como Carrefour de Francia y WalMart de Estados Unidos, dicen que las ventas de alimentos son el principal factor que incrementa sus ganancias.

 La división mexicana de WalMart, WalMex, que maneja un tercio del total de ventas de alimentos en México, informó de un aumento del 11% en sus ganancias para el primer trimestre de 2008, mientras la gente hace manifestaciones callejeras porque ya no puede costearse las tortillas.

Casi todos las empresas de la cadena mundial de alimentos están ganando una fortuna con la crisis. A las compañías de semillas y agroquímicos también les va bien. Monsanto, la mayor semillera del mundo, declaró que sus ganancias aumentaron 44% en 2007 con respecto al año anterior. DuPont, la segunda semillera mundial, aumentó sus ganancias por la venta de semillas en 2007 19% con relación a 2006, mientras Syngenta, la empresa número uno en plaguicidas y número tres de semillas, obtuvo 28% más de ganancias en el primer trimestre de 2008.

Esos récords no tienen nada que ver con algún valor nuevo que produzcan esas empresas ni son ganancias inesperadas recibidas de algún brusco cambio de la oferta y la demanda. Reflejan el poder extremo que las intermediarias han acumulado con la globalización del sistema alimentario. Íntimamente vinculadas con la formulación de las normas de comercio que rigen el sistema alimentario actual y con un estrecho control de los mercados y los complejos sistemas financieros con los que opera el comercio mundial, tales empresas están en la perfecta posición para convertir la escasez de alimentos en pingües ganancias. La gente tiene que comer, cueste lo que cueste.

La imperiosa necesidad de cambiar las políticas. El trasfondo de esta perversión del mercado de alimentos es el sistema financiero mundial, que hoy se tambalea en su endeble eje. Lo que en 2007 comenzó como crisis localizada de préstamos hipotecarios en Estados Unidos, se manifiesta ahora tan fuerte que tomamos conciencia de que la economía mundial vive con base en una deuda que nadie puede pagar. Mientras los banqueros y los ejecutivos del más alto nivel improvisan parches para revertir la desconfianza, el sistema está en bancarrota y nadie en el poder parece querer asumirlo. Ni el fmi, ni el Banco Mundial, ni los líderes de las naciones más poderosas.

Ya van muchos años que una élite ideológica obligó a nuestros países a abrir sus mercados y dejar que rija el libre mercado, para que unas cuantas megaempresas, los inversionistas y especuladores, hagan mucho, mucho dinero. Al causar tantos estragos en el centro mismo de nuestras necesidades más básicas —alimentarnos—, el neoliberalismo, promotor de la corrupción galopante que azota los sistemas comerciales, pierde toda legitimidad. Lo más aberrante es que, como solución a la crisis alimentaria, muchos de sus ideólogos comienzan a reclamar mayor liberalización del comercio, y llegan a proponer que se cambien las normas de la omc para impedir que los países restrinjan las exportaciones de alimentos.

El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, intentó convencer al mundo con su exhortación a un “Nuevo Acuerdo” para resolver la crisis alimentaria. Pero el sonsonete de sus relaciones públicas, replicado con entusiasmo por otros organismos representa más liberalización del comercio, más tecnología y más “ayuda”. La crisis alimentaria actual es producto directo de años de esas políticas, y ya debemos erradicarlas.

Es necesario aplicar medidas inmediatas para bajar los precios de los alimentos y hacer que éstos lleguen a quienes los necesitan. Es imperioso dar un giro radical en la política agrícola para que los campesinos de todo el mundo tengan acceso a la tierra y puedan vivir de ella. Necesitamos políticas que apoyen y protejan a los agricultores, pescadores y otros sectores que producen alimentos para sus familias, para los mercados locales y para la gente de las ciudades, en lugar de un abstracto mercado internacional de productos agrícolas y un minúsculo clan de ejecutivos de empresas. Hay que fortalecer y promover el uso de tecnologías y saberes bajo el control de quienes saben cómo hacer crecer los alimentos: las comunidades locales. Necesitamos soberanía alimentaria ya, una definida y dirigida por los propios campesinos y agricultores en pequeño y los pescadores.

En todo el mundo hay movimientos sociales que desde siempre luchan por promover ese cambio de estrategia, pero no se les escucha y se les califica de obsoletos (cuando no son reprimidos violentamente) por quienes detentan el poder. Las organizaciones campesinas tienen propuestas concretas de lo que se requiere para resolver la crisis en sus países y los gobiernos deberían escuchar lo que proponen. Algunos gobiernos ya trabajan en la reformulación de sus políticas agrícolas hacia la autosuficiencia. Otros comienzan a cuestionar el argumento fundamental de impulsar una mayor libertad de comercio. Los especuladores que están en el vértice de la pirámide de la política alimentaria mundial ya perdieron su credibilidad. Es hora de que salgan del camino para que las visiones de soberanía alimentaria y reforma agraria, que surgen de la gente común, nos saquen de este lío infernal.


Versión abreviada del texto de GRAIN, “El negocio de matar de hambre”. Su versión completa, con tablas, citas y referencias puede hallarse en http://www.grain.org/articles/?id=40. También: http://www.grain.org/videos/?id=188 y http://www.grain.org/go/crisis-alimentaria

Author: GRAIN
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